Juan Schiaretti hizo dos reverencias en las últimas horas que hablan más de su debilidad que su fortaleza: participó en la ceremonia de asunción de Alberto Fernández como presidente del PJ nacional y cedió ante el reclamo de la Iglesia Católica para que haya misas en medio de las restricciones sanitarias.
Son dos gestos de alto valor simbólico, que muestran a un gobernador acorralado por los efectos de la crisis y con un desgaste muy marcado por la pandemia y sus secuelas. Parecen muy diferentes cada uno pero, muy en el fondo, tienen la génesis común de una gestión que va perdiendo centralidad.
Lo de las misas parece algo menor pero encierra un mensaje preocupante: las medidas sanitarias son estrictas siempre y cuando el afectado no tenga la capacidad de presión suficiente como para revertirlas.
El contenido de la carta que escribió el arzobispo Carlos Ñáñez es casi idéntico a los documentos que plantearon propietarios y empleados de bares, restaurantes, gimnasios, natatorios, hoteles y otros.
El resultado fue absolutamente diferente.
El mesurado jefe de la Iglesia cordobesa consiguió lo que buscaba pese a que el propio ministro de Salud, Diego Cardozo, le dijo que no unas horas antes del comunicado del Gobierno permitiendo oficios religiosos de hasta 30 personas.
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La respuesta para los otros es más que conocida.
La Iglesia tiene una capacidad milenaria de lobby y la mantiene pese a la permanente pérdida de feligreses.
Es, además, un aliado tácito del Gobierno provincial desde hace mucho tiempo. Lo fue en la época del angelocismo y lo siguió siendo, con matices, en las gestiones de De la Sota y Schiaretti.
Por eso, el duro mensaje del Arzobispado tenía el valor de ser una queja de un sector afín a la gestión provincial.
La resolución del hecho encierra otro problema: ¿las medidas de restricciones se toman por un criterio sanitario o se adoptan aquellas donde pueda controlarse y las quejas de los afectados sean manejables?
Las ayudas paliativas que anunció el Ejecutivo cordobés para los rubros que no tienen actividad son exiguas, casi como intentar apagar un incendio con un baldecito.
Desconfianza
La presencia virtual de Schiaretti en el acto nacional del 17 de octubre y asunción de Alberto Fernández como presidente del PJ no debería llamar la atención si se tiene en cuenta que el gobernador está enrolado desde siempre en el peronismo.
Pero su poder en Córdoba está atado a una distancia del Frente de Todos y del kirchnerismo, que fue lo que permitió resultados electorales históricos.
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Una parte de los votantes de Schiaretti y de Hacemos por Córdoba rechaza de manera contundente al oficialismo nacional, en especial a todo lo que tenga que ver con Cristina Fernández.
Esos sectores son los que le agregaron a las marchas cordobesas en contra del Gobierno nacional consignas y reclamos que apuntan a la gestión provincial.
Schiaretti y Fernández se desconfían mutuamente. Fernández no le perdona que no lo haya apoyado y Schiaretti teme que una cercanía al presidente le haga perder adherentes en la provincia más anti K del país.
Por eso, esa participación en el acto virtual del sábado tiene mucho más que ver con las debilidades del Gobierno provincial que en una decisión política sólida.