Manejar por las rutas de Córdoba implica asumir riesgos extra. En cualquier momento pueden aparecer trampas que en los caminos de otras jurisdicciones no existen: los famosos puestos "de control" de la Policía Caminera, de dudosa utilidad y potencial peligrosidad.
Los conitos anaranjados en medio de la ruta son un riesgo en sí mismo. A eso hay que sumar las bruscas frenadas que imponen los controles, y que no pocas veces provocan accidentes.
El tema se reactualizó por el juicio en Rio Cuarto contra tres agentes acusados de causar un choque, que finalmente resultaron absueltos. En ese juicio surgieron también testimonios que refuerzan una sospecha instalada en la opinión pública desde el arranque, hace una década, de la Caminera: los controles tienen un fin recaudatorio.
Ahora bien, ¿hacen falta los controles para sancionar, por ejemplo, a quienes violan las máximas permitidas o no llevan las luces bajas encendidas? ¿No se pueden detectar esas infracciones y otras con instrumentos tecnológicos? Si lo que se busca es que el infractor cese la falta en el acto, se podría controlar con cámaras y detener unos metros más adelante únicamente al infractor y no afectar a todo el tránsito.
Eso hacen en los países desarrollados, con tasas de accidentes mucho más bajas que las nuestras, en los que la idea de invadir rutinariamente la calzada de una autopista sonaría descabellada.
Suponiendo que la presencia física de los policías y sus infaltables conos en las rutas sea fundamental, parece haber mucho por debatir.
Dudas que el caso juzgado en Río Cuarto reabre. ¿Hay un protocolo sobre cómo hacer los controles? ¿Cuánto antes deben estar señalizados? ¿Qué criterio se usa para determinar quién avanza y quién será verdaderamente controlado?
Preguntas que esperan respuestas de las autoridades.