Alejandra tiene 47 años y esta semana terminó la primaria. Al acto fueron sus siete hijos y su hermano. Fue en la Escuela Alberdi en pleno centro, donde de noche funciona la escuela para adultos Paula Albarracín.
La historia de Alejandra es como la historia de muchos y por eso merece ser contada. No por ser mal de muchos necesariamente sea consuelo de tontos. Alejandra sabe de esas expresiones. Cuando era muy chiquita, tan chiquita como una alumna de segundo grado, una maestra tuvo la “genial” idea de ponerle orejas de burro y mandarla al rincón. Para quienes nunca lo vivimos, nos parece increíble que eso pase, pero pasaba (y pasa de otras formas).
“Así tal cual, como te lo estoy contando: me puso las orejas y me mandó al rincón. Todos me discriminaban y maltrataban, incluso en casa, mi abuela me anotaba la lista de las compras, me mandaba a comprar y yo no sabía leer. Es una época que ya no quiero recordar”.
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Alejandra habla y mira en sus manos el certificado que dice que ya terminó la primaria. Lee esa frase una y otra vez, a veces en voz alta, a veces lee para adentro. Acomoda las palabras como si cada letra fuese un trofeo, una conquista. En este estante las vocales, en este de acá, las consonantes. Acá los colores para subrayar. Más allá, las hojas en blanco.
Más de 6.000 adultos y jóvenes están terminando la primaria en Córdoba. Muchos, como Alejandra, lo hacen trabajando y otros para ver si alguna vez consiguen trabajo. Alejandra empezó la primaria alentada por sus jefes en la empresa donde mantiene la limpieza. Los primeros que la creyeron capaz y que le enseñaron a creer en sí misma.
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Cuando le pregunté qué era lo que más le había gustado, me dijo “los poemas”.
Cuando le pregunté qué iba hacer en el futuro, me dijo “terminar la secundaria y después estudiar trabajo social”.
Cuando le pregunté por qué trabajo social, me dijo “para ayudar a los chicos que son marginados y no van a la escuela”.
Eso me dijo la mujer que se olvidó de las orejas de burro, lo pueden leer. Ella lo puede creer.
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