Hay, aun sin quererlo un trabajo en equipo. El del lechón o el cabrito o el asado, los que hacen y llevan las ensaladas, los que se encargan de la bebida, de los postres, la mesa se pone en colaboración, lo mismo que la disposición de las sillas o el lavado de platos posterior.
La Navidad es esa fiesta donde vemos crecer y envejecer, las evoluciones e involuciones de la familia, el aprendizaje de todos. En un pantallazo que dura unas horas, si somos lo suficientemente observadores, sabremos donde estamos parados.
Hay los que cambian de auto, los que se quedan a pie y piden que los vayan a buscar, los que se disculpan por no poder ayudar a la bolsa de Papá Noel, los que esperan que llegue el bailongo para mostrar sus dotes de gente divertida, los que cabecean en la silla el cansancio de todo el año, los que conversan sin parar, los que callan, los que se van al baño para no escuchar los cuetes, los que siguen comiendo mucho después de las 12.
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Pero es quizás en los saludos de medianoche, junto a los deseos de feliz navidad, donde aflora la esencia humana, muchas veces escondida. Al contrario de lo que piensan varios, que suponen muchos de esos abrazos como una muestra de hipocresía, yo creo que hay mucho más de autenticidad. Creo que las personas que abrazan en navidad en cierta forma perdonan y se perdonan.
He visto dar abrazos profundos a gente que normalmente le escapa al contacto físico con el prójimo, he visto soltar lágrimas al más duro, he visto a hermanos peleados deponer las armas en el momento de desearse felicidades. Les creo a esos abrazos, les creo a esas lágrimas, creo que los lanzamos como muestra de que podemos ser mejores. En cierta forma es una prueba de nosotros mismos. Hasta dónde somos capaces.
Creo que muchos de nuestros prejuicios, de nuestras vanidades y orgullos, de nuestras vergüenzas, pudores y aun de algunas miserias caen rendidos cuando dan las doce. Y esa rendición nos abre los brazos, para dar y recibir. Ese es el espíritu navideño.
Confieso que tengo la sensación de que esa manera de sentir se circunscribe a ese momento, que pasadas unas horas se nos va la magia y volvemos a ser los mismos, pero en algún rincón nos queda la idea de que podemos mejorar. Y no es poca cosa.