En los temas cruciales, el G20 no dio pasos relevantes. Lo acordado en términos de reducción de gases de efecto invernadero no guarda relación con los últimos anuncios del secretario general de Naciones Unidas.
Anunciar que “alentaremos esfuerzos para triplicar la producción de energías renovables antes del 2030”, como lo señala el documento final del encuentro en Nueva Delhi, suena a compromiso en el aire, a declaración de voluntad, lo que resulta poco ante la dramática intensificación de desastres naturales que está produciendo el cambio climático.
Un par de meses atrás, Antonio Guterres había anunciado “el fin de la era del calentamiento global” y el comienzo de la “ebullición” mundial. Ahora, en la antesala de la cumbre que tuvo lugar en la India, describió los últimos fenómenos extremos y los calificó de síntomas de “colapso climático”.
El abordaje sombrío del tema que hace el titular de la ONU parece más acorde con la realidad que la serenidad de las medidas acordadas en el G20.
La declaración final del encuentro tampoco refleja la realidad de la guerra que está arrasando a Ucrania. El llamado a no alterar por la fuerza la integridad territorial de país, es fácilmente interpretable a favor del país invadido: Ucrania. Pero que no se haya condenado ni mencionado explícitamente la agresión rusa, resulta un paso atrás respecto al documento final que había dejado la cumbre anterior, realizada en Bali.
Salvo por la incorporación de la Unión Africana como miembro permanente, que es un paso importantísimo para un desarrollo armónico de la economía global y para enfrentar el “colapso climático”, los términos medios imperaron en los acuerdos sobre cuestiones cruciales.
Lo más relevante ocurrió en el marco del G20, pero impulsarlo corrió por cuenta de un grupo de países: se trata del plan para enlazar infraestructuras desde India hasta Europa, pasando por el Oriente Medio, iniciativa que sin dudas apunta a competir contra la “ruta de la seda” que promueve China, cuyo presidente fue el gran ausente en Nueva Delhi.
El plan, que incluye proyectos ferroviarios, portuarios, tendidos eléctricos y un ducto de hidrógeno, fue impulsado por Estados Unidos, India, la Unión Europea, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos entre otros. El resultado no sólo implica un desafío a los proyectos de expansión china a través de infraestructura, sino también un instrumento más para el acercamiento entre Israel y sus vecinos árabes en el Oriente Medio.
Que Narendra Modi esté entre los más entusiasta promotores del mega-proyecto para crear un corredor de interacción económica, muestra una grieta en el BRICS como proyecto geopolítico, que es lo que quiere hacer Xi Jinping con ese bloque creado en la cumbre de Ekaterimburgo del 2009. La India, así como Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, que forman parte del BRICS ampliado, no colocan su proyección internacional a la sombra de China. Por el contrario, participan de iniciativas con el eje euro-norteamericano para competir con la influencia económica global que pretende Beijing.
El otro dato novedoso de lo ocurrido en el G20 de Nueva Delhi surge de los esfuerzos del primer ministro Modi y de la presidenta Draupadi Murmu para instalar el nombre Bharat, en remplazo de India. Una señal más del nacionalismo religioso que encarnan ambos mandatarios y el partido Bharatiya Janata.
En rigor, esa palabra en sánscrito que alude al rey mitológico que, según textos sagrados del hinduismo, unió en la antigüedad a todos los pueblos del subcontinente asiático, estuvo siempre en la Constitución que entró en vigor en 1950. Desde la letra constitucional, el país siempre tuvo dos nombres: India y Bharat. Pero si prospera la iniciativa del gobierno nacional-hinduista, a fines de este mes enterrará la denominación por la que el mundo entero llama al país de Jawaharlal Nehru y el Mahatma Gandhi.