No ganó la izquierda; ganó el centro. La posición más cercana al sistema liberal-demócrata venció a un líder ultraderechista que impulsaba una autocracia en la que la corporación militar se sitúe por encima de los poderes del Estado de Derecho.
En la región habrá gobiernos y liderazgos de izquierda anti liberal-demócrata queriendo hacer suya la victoria de Lula. Pero ha sido precisamente el “amiguismo” que practicó en sus presidencias con regímenes como el cubano y líderes populistas como Chávez, uno de los flancos débiles al que más atacó Jair Bolsonaro en la campaña y en los debates. El izquierdismo escénico que practicó el líder del PT en el escenario regional no fue aplicado en su política interna ni defendido por el propio Lula en la campaña electoral ni en los debates.
Defendió las iniciativas integradoras que impulsó, como el fortalecimiento del Mercosur y la creación de la CELAC, pero no los regímenes con los que había coqueteado sin que eso afectara negativamente sus relaciones con las potencias de Occidente.
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La izquierda regional dirá que fue un triunfo izquierdista, que es también lo que está diciendo la derecha dura, pero en realidad si logró superar mínimamente el 50 por ciento de los votos fue porque las dirigencias de centro y de centroderecha le dieron su apoyo y porque, entre Lula y Bolsonaro, claramente el candidato más centrista fue Lula.
Resulta alentador que el centro (espectro social que va desde la centroizquierda a la centroderecha) haya superado al exacerbado extremismo conservador-religioso. Lo que es poco alentador es que el candidato que representó al centro haya logrado menos de dos puntos de ventaja sobre el exponente de la posición extrema. Fue el resultado más reñido de la historia electoral de Brasil, a pesar de encarnar Bolsonaro un liderazgo con rasgos esperpénticos y posiciones impresentables como el negacionismo del cambio climático y de la pandemia.
Por cierto, no todos los que votaron a Bolsonaro (casi la mitad del electorado) son ultraconservadores y enemigos de la democracia liberal. Muchos lo votaron por la estabilidad económica conseguida y otros muchos por las políticas asistencialistas que comenzaron en la pandemia y se mantuvieron en la pos-pandemia, repartiendo subsidios más abultados que los que habían dado los gobiernos de Lula y de Dilma Rousseff.
Del mismo modo, no todos los votos que le dieron la victoria a Lula son de izquierda. Los centristas que defienden el Estado de Derecho de la institucionalidad demo-liberal se alinearon con el candidato que representó mejor esos valores en esta elección.
La prueba más clara es que todos los centristas que vieron en peligro el Estado de Derecho por las embestidas de un presidente que instaba a los militares a cerrar el Congreso y la Corte Suprema, militaron la candidatura de Lula.
El más lúcido y prestigioso de los dirigentes liberales de centroderecha, Fernando Henrique Cardoso, intensificó su apoyo a Lula desde que Bolsonaro sorprendió con diez puntos más de los que le auguraban las encuestas en la primera vuelta y fue creciendo en los sondeos a medida que se aproximaba el ballotage.
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Más allá de lo que digan los populismos de izquierda y las derechas ideologizadas de la región, Luiz Inacio Lula da Silva no llegó a esta elección como candidato de la izquierda. Fue el candidato de una mitad de Brasil que expresa, en definitiva y a grandes rasgos, una cultural liberal-demócrata. La otra mitad es el Brasil conservador, liderado por políticos y pastores evangélicos ultraconservadores para los que la mitad liberal-demócrata es el enemigo que quiere destruir la familia, la tradición y la propiedad.
El expresidente liberal Fernando Henrique Cardoso entiende mejor que Lula que Brasil se ha partido en los mismos términos que se está partiendo el mundo. También entiende que Bolsonaro expresa en ese país lo que Vladimir Putin se ha lanzado a liderar a escala mundial: el conservadurismo religioso, sexual y cultural, que es nacionalista, enemigo del cosmopolitismo y de las diversidades, y partidario del regreso a las tradiciones ancestrales como antídoto contra la globalización.
Al conservadurismo anti-liberal que lidera Putin, en Estados Unidos lo encarna Donald Trump, en la India el primer ministro Narendra Mori y en Europa el húngaro Viktor Orban, el italiano Matteo Salvini, los franceses Marine Le Pen y Eric Zemmour, y el partido neofranquista Vox, entre otros; mientras que en Latinoamérica tiene como mayor exponente a Jair Bolsonaro.