Las dos gigantescas explosiones que causaron la peor masacre terrorista en la historia de la República Islámica de Irán anunciaron una noticia fatal: Isis ha vuelto.
Habrían sido yihadistas suicidas los que se detonaron entre la multitud que ingresaba al cementerio de la ciudad de Kermán, donde se encuentra el mausoleo del general Qassem Soleimani. Ese día se cumplía el cuarto aniversario de la muerte del militar más poderoso y venerado por los iraníes, asesinado por un dron norteamericano cuando llegaba al aeropuerto de Bagdad para embarcarse en un vuelo hacia Teherán. Las dos explosiones mataron a más de un centenar de personas, que no eran funcionarios ni militares, sino iraníes civiles que acudían a rendir homenaje a ese hombre considerado un prócer de la teocracia chiita.
El régimen que encabeza Alí Jamenei apuntó de inmediato su dedo acusador hacia Israel y Estados Unidos, pero poco después Isis hacía pública su autoría del criminal atentado. Entonces el mundo cayó en cuenta que sigue vivo y con poder letal en Oriente Medio el monstruo al que se creía extinguido, salvo en las regiones de África donde están activas las milicias que se enrolaron en esa organización surgida en Irak como desprendimiento de Al Qaeda.
El mundo se había olvidado del grupo terrorista que difundía videos decapitando personas con saña sanguinaria. Esa organización creada y liderada por Abú Bakr Al-Baghdadí, que logró ocupar un territorio equivalente al de Bélgica entre Irak y Siria, atacaba a los alauitas y al ejército sirio de Bashar al Asad, mientras intentaba la aniquilación completa de la minoría yazidí, y masacraba kurdos y chiitas sirios e iraquíes, llegó a aterrorizar al mundo con su brutalidad.
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Pero cuando perdió el territorio en el que había proclamado un Califato y donde lo vencieron el ejército norteamericano, los peshmergas kurdos y el ejército iraquí, además de morir en el 2019 el “califa” Al-Baghdadi, jaqueado por fuerzas estadounidenses en la localidad siria de Barisha, se extendió la impresión de que esa pesadilla llamada Estado Islámico Irak-Levante, cuya sigla es Isis, había terminado.
Pero la masacre en la ciudad iraní de Kermán le anunció al mundo que Isis aún existe.
Si pudo perpetrar semejante atentado en el corazón de Irán, es porque recuperó organización, estructura, fuerza y capacidad de operar.
En realidad, Isis ya había mostrado que no lo extinguió su derrota en Irak y Siria, el atentado en el aeropuerto de Kabul que en agosto del 2021 causó 183 muertes y varios centenares de heridos. Trece soldados norteamericanos figuran entre las víctimas fatales de los yihadistas que se detonaron en la multitud que pretendía abordar aviones para huir de Afganistán por el retorno de los talibanes al poder.
Seguramente, los aparatos de inteligencia y seguridad de Irán y la región, amén del deseo del régimen de encontrar elementos para acusar a Israel y Estados Unidos, estén vinculando la masacre perpetrada en Kermán tenga que ver con el llamado Isis-K, que causó la masacre en el aeropuerto de la capital afgana.
La letra K que se añade a la sigla Estado Islámico Irak-Levante significa Khorasan, que en farsi quiere decir “donde sale el sol” y es la denominación que el antiguo Imperio Persa dio a sus confines de Oriente.
En la actualidad, el Khorasán abarca el Este de Irán, parte de Afganistán y Pakistán y parte de las actuales repúblicas de Turkmenistán, Uzbekistán y Tadyikistán.
El Isis-K se incubó dentro del movimiento talibán paquistaní. Entre 2014 y 2015, los miembros más jóvenes de Terik-e Talibán, uno de los grupos armados pashtunes que dominan el valle del río Suat, se separan y se autoproclaman Isis, cuestionando a los talibanes afganos y paquistaníes ser demasiado moderados y demasiado blandos para atacar y castigar a quienes ellos consideran infieles, apostatas, herejes y pecadores.
Irán ya estaba combatiendo al Isis-K. Fue precisamente el general Soleimani, a cuya tumba se dirigía la multitud que fue blanco del atentado en Kermán, quién diseñó y armó las organizaciones terroristas y las milicias que actuaban en Afganistán y Pakistán en defensa de las minorías chiitas atacadas por el extremismo suní en ambos países centroasiáticos.
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Al incorporarse a Isis, los talibanes afganis y paquistaníes asumieron el proyecto del Estado Islámico que surgió en la guerra iraquí. Lo que se llamaba Al Qaeda Mesopotamia y había fundado el jordano Abu Mussab al Zarqaui que había sido lugarteniente de Osama Bin Laden, se transformó en Isispara extender su accionar bélico a la guerra civil Siria. Pero Isis mantuvo el objetivo fundacional de Al Qaeda: crear un califato que abarque lo que fue el imperio otomano y aún más, porque Osama Bin Laden proclamó la construcción de un estado religioso que se extendiera desde Al-Andaluz (la antigua España mora) hasta Bujará y Samarkanda, dos ciudades emblemáticas del antiguo Khorasán, hoy en territorio uzbeko.
Por eso la diferencia clave entre los talibanes y el Isis-K, es que los talibanes tienen por proyecto un emirato, mientras que el Isis-K, como el resto de Isis, aspira a construir un califato. El emirato equivale al Estado en un país, mientras que el califato es equivalente a un imperio.
La masacre en Irán demostró que hasta el régimen de los ayatolas había olvidado a Isis.