Mientras los minutos pasaban, y se acercaba la hora de salir al aire, en mi cabeza trataba de ordenar todo, de estudiar de memoria, de “despegarme de ahí” para poder hablar de corrido, y no morirme con vos en esa angustia que te traspasaba el cuerpo como cuchillos filosos.
Te conté que mi hija, que alguna vez hizo el mismo nefasto recorrido en colectivo que vos, que también está llena de vida y de ilusiones, me anticipaba ya a la mañana, que esperaba de mí, un gesto para con vos.
Ella ya te había leído en las redes. Y se había despertado mucho más temprano en ella, ese irrefrenable deseo de salir a buscar a ese “hdp”(sic) que te arrebataba la inocencia de tus 18 años.
Mi primera pregunta fue: ¿Por qué?
¿Por qué, siendo tan chiquita, tan inocente, ibas con todo a ponerle el pecho al resto?
Me dijiste que lo hacías por las otras chicas.
Querida niña, yo vengo de una generación en donde muchas veces nos dijeron “no te metas”. Y hoy, ya en la esquina de mi vida, me encuentro en mi cara con el ejemplo de una pequeña mujercita que, aún hundida en el dolor, decide meterse, y sale a gritar su pena.
No tenías puesta una pollera corta. Llevabas pantalones.
No viajabas de madrugada. Venías a las 11:30 de la mañana de averiguar para estudiar una carrera en la universidad.
Subiste a ese colectivo en el centro, como lo podría haber hecho mi hija, la hija del panadero, la hija de un ministro o del jefe de policía.
Hiciste todo bien. Sin embargo te golpearon la vida serena que llevabas.
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Ahora, yo me pregunto: ¿cómo nos pudo pasar?
¿Cómo nadie vio a este degenerado, arriba de un colectivo, ponerte un cuchillo en la panza, a plena luz del día, y hacerte caminar hasta un puente para abusar de vos?
¿Cómo, gente que te vio con el torso desnudo gritando auxilio, hizo como que no te veía?
¿Cómo te hicieron esperar ahí, en el mismo lugar en donde te arrebataron la inocencia, hasta las seis de la tarde?
Empatía: es la palabra técnica para describir lo que muchos no sintieron. Esa casi inexistente capacidad que debemos desarrollar los humanos, para poder sentir en nuestra piel el mismo dolor del otro.
Lloro con vos, pequeña mujercita, porque no te cuidamos. Y porque, cuando fuiste víctima, te volvimos a abandonar.
No sé cuántas veces te dije gracias después de concluir la nota. Fueron muchas. Pero seguro no alcanzaron para dimensionar lo que tu grito de dolor significó, para toda una generación de mujeres que quieren vivir en libertad, en paz y con seguridad. Igual que los varones.