El mundo está demasiado concentrado en los mayores desafíos de toda la historia, como el cambio climático y una guerra que merodea los umbrales de un infierno nuclear, como para dedicarle a Milan Kundera el adiós que se merece.
El gran escritor checo que acaba de morir, creó novelas que ganaron importantes premios, como “La vida está en otra parte” y “La despedida”. También escribió novelas inmensamente exitosas, como “La insoportable levedad del ser”, que llegó a millones de lectores en todo el mundo con una mirada sobre la condición humana y sobre el vínculo entre historia y filosofía a partir de Nietzsche y el eterno retorno.
Pero la obra que marcó su vida y lo acercó a un gigantesco compatriota suyo, Franz Kafka, fue su primera novela: “La broma”.
Se publicó en 1967 y le valió la persecución y el ostracismo que le impuso el régimen comunista de Checoslovaquia. El personaje central se llama Ludvik Jahn, el joven cuya vida quedaba atrapada en las terribles consecuencias de una broma, es un alter ego del autor.
Como el personaje de su primer novela, Kundera había integrado el Partido Comunista y había terminado siendo víctima del totalitarismo. El mayor aporte de La Broma fue haber explorado y exhibido ciertos pliegos del comunismo que muestran su naturaleza totalitaria.
Al año siguiente de la publicación de La Broma, los tanques soviéticos entraron a Checoslovaquía, el país que había creado Tomás Masaryk uniendo a checos y eslovacos tras la Primera Guerra Mundial y que Moscú incluyó en la órbita soviética tras la Segunda Guerra Mundial.
Esos tanques que en 1968 aplastaron el proceso de apertura democrática impulsado bajo el liderazgo del reformista Alexander Dubcek y conocido como La Primavera de Praga, repusieron en el poder de Checoslovaquia al ala dura del Partido Comunista que censuró La Broma y prohibió a Kundera publicar nuevas obras.
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Con su carrera literaria clausurada, sobrevivió como músico de jazz hasta que se exilió en Paris, donde pasó el resto de su vida y donde acaba de morir a los 94 años. Desde el exilio, siguió escribiendo novelas que desnudaban la naturaleza oscura del comunismo, como el “Libro de la risa y el olvido”. En sus páginas, para explicar uno de los rasgos del totalitarismo, Kundera recurre a una palabra de la lengua checa que no tiene traducción exacta, pero el autor describe como la sensación atroz que provoca en las personas “la visión repentina de la propia miseria”. Esa palabra tan reveladora del tormento humano que causa habitar el sistema totalitario, es “litost”.
No fue el único término que Milan Kundera visibilizó. En “La insoportable levedad del ser”, popularizó a novel mundial otra palabra: kitsch. Un término alemán de origen medieval que también resultó útil para denunciar otro rasgo del comunismo.
En Argentina, la palabra que esparció por el mundo “La insoportable levedad del ser” se convirtió en sinónimo de mal gusto, o de cursi. Pero el significado de kitsch es más profundo y revelador. Kitsch es aquello que aparenta una grandeza o una importancia que no tiene. O sea lo que disfraza de trascendente lo fútil, lo que da apariencia de trascendental a lo intrascendente.
Los primeros de mayo, día del trabajador, en los países del Pacto de Varsovia se celebraban con actos de masas que irradiaban la sensación de que esos pueblos habían abrazado la ideología del proletariado revolucionario. Toda la simbología y el protagonismo de infinitas multitudes eran el imponente envoltorio de de un vacío, una levedad. Todo era una monumental simulación de la fuerza de las convicciones, para ocultar el océano de dudas, miedos y desilusiones en el que naufragaba el individuo y también la comunidad.
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Desde el absurdo distópico, Kafka había mostrado rasgos de la sociedad totalitaria, antes de que el totalitarismo exista. Si bien se publicó en 1925, la novela El Proceso fue escrita mucho antes y Kafka no quiso publicarla. Pero tras su muerte, el amigo del escritor, contrariando su voluntad, decidió publicar la obra.
El Proceso describió el carácter absurdo y deshumanizante del totalitarismo antes de que el estalinismo convirtiera el régimen creado por Lenin en un sistema totalitario, y antes de que Hitler creara su engendro totalitario en Alemania.
Milan Kundera no imaginó al totalitarismo que describió en La Broma y en el Libro de la risa y el olvido. Lo vivió y lo padeció en el país que por entonces se llamaba Checoslovaquía. Por eso su obra tiene una gran importancia política, además de calidad literaria. La importancia de mostrar un engendro socio-político que aún existe y que puede regresar a los países que lo padecieron y lograron destruirlo. Por ese peligro siempre latente en un mundo que va olvidando todo, es que reflexionó sobre Nietzsche y el eterno retorno en las páginas de La insoportable levedad del ser.