La voz de Solange se estaba apagando por el golpe letal del cáncer. Quebrada y desesperada quería expresar lo que quedaba pendiente por decir antes de que la muerte golpeara a su puerta. Con su último aliento el martes me dijo en Arriba Córdoba: “Sigo esperando a mi papá, él es todo para mí”.
Después me pidió ser su voz leyendo una breve carta escrita de puño y letra en la que contaba toda la indignación y bronca que sentía porque los controles del COE le prohibieron a su padre entrar a Córdoba para acompañarla en la batalla más difícil de su vida.
Sus ojos reflejaban una profunda tristeza y frustración. Fue muy duro ese momento. "Está devastada, esto la quebró”, me dijo, Beatriz, su mamá.
Entendí que si Sol en su debilidad se hizo fuerte para denunciar lo que sentía, yo tenía que ser aún más fuerte para contarlo.
+ MIRÁ MÁS: El dolor del padre tras la muerte de Solange: “Estos HDP no me dejaron ver a mi hija”
De esa tragedia en persona me quedaron dando vueltas en la cabeza sus palabras más dolorosas: “Hasta mi último suspiro tengo mis derechos. Quiero que sean respetados”, escribió en el dramático texto.
En una sociedad donde la indignación por la injusticia no empatiza con los que se adueñan del derecho y la libertad de los otros sus pensamientos eran legítimos. “Siento tanta impotencia que se arrebataron nuestros derechos”, continuó.
Imaginé que puso esas palabras pensando que todo lo que deseaba profundamente con el corazón iba poder perforar el frío espíritu de los decretos y protocolos de la pandemia. Que del otro lado alguien con sentido común iba a comprender que su padre no pedía venir a verla para dar vuelta el destino que ni la ciencia ni la fe pudo torcer. Solo necesitaban abrazarse, decirse cuánto se amaban, contenerse. Ambos eran la razón de sus vidas.
La carta fue reveladora. Me impactó la dignidad y convicción con la que defendió sus derechos y cuestionaba el maltrato que sufrió su familia en el límite provincial. “Fue inhumano, humillante y doloroso. Los trataron como delincuentes”, sentenció.
La misma indignación de Solange, la sentí yo también.
+ MIRÁ MÁS: El llanto de la mamá de Solange: “No pudo ver a su padre antes de morir”
Bastaba ver en la pantalla la foto de ella en su plenitud y compararla con la imagen del momento para darse cuenta que no había mucho tiempo para decidir.
Pero más cruel que la enfermedad fue la falta de humanidad y empatía de las autoridades que no comprendieron que nadie puede arrebatarle a una persona sus derechos.
Hubo un celo excesivo por hacer cumplir el protocolo por protegerla a Sol sin advertir que su situación debió ser analizada y contemplada como una excepción. Pero en la familia de Sol no había ningún “contacto” en el poder para hacer posible lo imposible cuando uno es un ciudadano del montón.
Si al padre le hubieran permitido quedarse en Córdoba esperando el resultado del hisopado que hoy le dio negativo, tal vez hubiese alcanzado a reunirse con su hija y decirle: “Ve en paz. Tu voz fue oída y nuestros derechos respetados”.
Perdón Solange. Se ve que no hablé lo suficientemente fuerte.