Comenzó el año con una derrota. El Tribunal Supremo derogó la enmienda a una Ley Básica con que intentó someter al Poder Judicial para llevar a Israel hacia una autocracia.
Los jueces supremos votaron contra la iniciativa de Benjamín Netanyahu, apoyada por los socios fundamentalistas que integran su coalición de gobierno. La enmienda de la Ley Básica procuraba limitar el poder del Tribunal Supremo, impidiéndole anular leyes aprobadas por la Kenneset que carezcan de razonabilidad o sean contrarias al espíritu democrático con que nació el Estado judío.
Ese intentó del primer ministro generó una masiva y sostenida ola de protesta. Por primera vez desde la fundación del país en 1948, las multitudes en las calles, gran parte de la dirigencia política, de la intelectualidad y también un número significativo de miembros de las fuerzas militares, acusaron a un gobierno de querer destruir la democracia israelí.
Para Netanyahu y sus socios de coalición, lo que acaba de decidir la Corte Suprema es antidemocrático, porque deja en el máximo tribunal un poder que corresponde al parlamento. De ser así, Israel nunca habría sido una democracia, porque desde que en sus primeros años de existencia se crearon las “leyes básicas”, que actúan a modo de constitución, la Corte Suprema ha tenido la responsabilidad de interpretarlas y controlar al gobierno y al poder legislativo pudiendo anular las iniciativas que considere inadecuadas.
Si tuviera razón el gobierno ultraconservador, Israel habría sido siempre un autoritarismo conducido por una oligarquía judicial. Pero no es así como lo entiende el grueso de la población.
Jamás se le había cuestionado al poder judicial el atributo de controlar la Kenneset y al gobierno. Por eso una porción mayoritaria en la sociedad, en la política, en las fuerzas militares y en otros estamentos claves, considera que el primer ministro intentó destruir la democracia para controlar a los jueces y ponerse a salvo de los procesos judiciales por corrupción que se siguen en su contra.
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Las mayores protestas de la historia de Israel comenzaron cuando el primer ministro impulsó la enmienda de la discordia. La profunda y expuesta división que generó, pudo haber sido percibido por Hamás y sus patrocinadores iraníes como una situación inédita que permitiría sorprender a Israel con la guardia baja. Esa sería la razón por la que hamas decidió lanzar el pogromo sanguinario del 7 de octubre que, efectivamente, sorprendió a Israel con sus destacamentos militares, aldeas agrícolas y kibutzim del sur de su territorio totalmente desguarnecidos.
Aquel ataque dio inicio a la guerra que hoy tiene como principales víctimas a la población civil de la Franja de Gaza y a los rehenes israelíes que continúan apresados por Hamas. Esa guerra puso fin a las manifestaciones y al enfrentamiento político entre el gobierno y la oposición. Pero el origen de la peor crisis política de la historia israelí, junto con el magnicidio de Yitzhak Rabin, siguió latente y la Corte Suprema inició el año pronunciándose contra el intento autocrático de Netanyahu.
Esta derrota política con que comenzó el 2024 para el primer ministro israelí, podría no ser la última. Pronto crecerá la sospecha de que Netanyahu intentará prolongar indefinidamente la guerra en Gaza, para mantener congelados los procesos por corrupción en su contra y alejar el momento en el que tendrá que explicar por qué el fatídico 7 de octubre los enemigos de Israel pudieron asestarle el más devastador ataque que haya recibido en toda su historia, atravesando masivamente lo que se supone la frontera más vigilada del mundo, junto con el Paralelo 38 que divide la Península Coreana.