La explicación de la sospecha que puso bajo la lupa el avión con tripulantes iraníes y venezolanos que llegó al país con una carga de autopartes, está en el lado oscuro del vínculo entre los regímenes de Irán y Venezuela.
Ese vínculo tuvo momentos de mayor y menor intensidad según quién ocupara la presidencia de la República Islámica. Cuando a ese cargo lo ocupa un moderado, la intensidad es baja, y cada vez que lo ocupa un miembro del ala dura del régimen, se vuelve más intenso.
Entre 1997 y el 2005, bajo la presidencia del reformista Mohamed Jatami, el acercamiento fue de baja intensidad, pero ni bien llegó a la jefatura de gobierno el fanático radicalizado Mahmud Ahmadinejad, se abocó a crear con Hugo Chávez una alianza oscura y vigorosa.
En el 2006, aquel presidente iraní hizo su primer viaje oficial a Caracas y con el líder bolivariano acordó la creación de la Alianza Estratégica Bilateral, que nació con varias decenas de acuerdos de cooperación.
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En el viaje a Venezuela del 2009, los acuerdos ya superaron largamente el centenar y siguieron multiplicándose en la visita a Caracas del 2011. La insólita cantidad de veces que se reunieron ambos presidentes muestra la profundidad del vínculo.
Ese vínculo tiene una faz pública que se refleja en los acuerdos de cooperación y una faz oculta, que es de la que hablan la CIA, el Mossad israelí y otros aparatos de inteligencia.
En esa faz oscura estaría la financiación ilegal de actividades iraníes de inteligencia en el continente americano y también las actividades clandestinas del Hezbolá en Latinoamérica.
¿Por qué un partido-milicia libanés tiene células en América Latina? No es fácil entender qué interés tiene en la región una organización del sector más radicalizado de la comunidad chiita del Líbano. La respuesta que resulta lógica es: porque sus células dispersas por el mundo son financiadas por Irán para que cumplan misiones ordenadas por la Guardia Revolucionaria iraní, que es la fuerza militar de la teocracia persa que responde directamente al líder religioso, ayatola Alí Jamenei, sin tener que rendir cuentas a gobierno y al Majlís (congreso).
Al vínculo entre la Guardia Revolucionaria y Hezbolá lo dirige la Fuerza Quds, o sea el área encargada de las operaciones en el exterior y que tuvo entre sus comandantes al general Qasem Soleimani, asesinado en un atentado norteamericano perpetrado en Bagdad con la aprobación de Donald Trump.
A las acciones de espionaje iraní y a las actividades de Hezbolá, en Latinoamérica las financiaría esa caja negra chavista que se alimenta de la explotación ilegal del arco minero en la Cuenca del Orinoco.
Por cierto, esas acciones comenzaron antes de que Chávez llegara al poder. Lo prueban los atentados en la embajada de Israel y en la AMIA. Pero con el chavismo, lo que comenzó fue una fuente de financiación y una apoyatura mayor.
La intensidad de ese vínculo se había atenuado durante la presidencia del moderado Hasan Rohani, pero se mantuvieron porque la Guardia Revolucionaria y su grupo de operaciones exteriores, la Fuerza Quds, no dependen del gobierno, sino del poder religioso. Y volvieron a intensificarse desde que se convirtió en presidente otro miembro del ala dura del régimen: Ebrahim Raisi.
Nicolás Maduro estuvo precisamente con Raisi, en Teherán, relanzando una relación que jamás se cortó porque se canaliza a través de la Guardia Revolucionaria, el cuerpo militar que depende directamente del liderazgo religioso y extremista del ayatola Jamenei, pocos días antes de que el avión aterrizara en Argentina, con sus tripulantes iraníes y venezolanos.
La gigantesca sospecha que generó esa nave, se explica en la larga, vigorosa y turbia relación entre dos regímenes que tienen en común aborrecer la democracia liberal.