Juan es chofer, tiene 28 años de experiencia en el transporte y hoy le toca llevar un colectivo vacío. Maneja el 33 de Ersa y a los pocos que suben les ofrece alcohol para cuidarlos. Se quiebra cuando dice: “Lo que mas extraño es la bulla de los pibes del colegio, mis amigos compartiendo viajes, juntos en el trayecto, es muy feo esto. Se extraña un montón. A mí me encanta manejar, servir a la gente y hoy siento angustia, no puedo creer lo que está pasando”.
Como él, muchos. Hasta las autoridades sanitarias de España que, en medio de una conferencia de prensa, rompen en llanto.
Me tocó con una llamada. Cuando mi mamá me preguntó “cómo estás” rompí en llanto. Ella está a 600 kilómetros y hoy me parecen infinitos.
Me sentí, otra vez, la joven de 20 años, que estudiando en Córdoba llamaba por teléfono a mi casa, llorando para que me explicaran el mundo cada vez que tenía un problema. Pero esta vez, ni mamá, ni papá, ni mi hermana tenían la respuesta. Para ellos esto también es nuevo.
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Entonces, empecé a pensar qué decimos cuando lloramos. Porque al igual que los niños, cuando lloramos nos sinceramos y dejamos de lado la lógica para expresar nuestros deseos más viscerales: extrañamos a nuestros afectos, nuestros vínculos, la red que nos contiene y sostiene cada día.
Extrañamos todo lo que no podemos comprar, lo que se construye, lo que se cultiva, lo que lleva trabajo y esfuerzo cuidar.
Por eso lloramos. Porque esta pandemia nos pone a todos en una misma línea. Nos iguala. Y nos demuestra lo verdaderamente importante. “Tengo miedo por mi viejo”, “me gustaría poder viajar y estar con ella”, “a pesar de todo, mis hijos hoy me hicieron sonreir”, “hace dos semana me quejaba del trabajo y hoy daría mi vida por seguir haciéndolo”, “sólo quiero cuidar a mi familia” y sigue la lista.
También puede ser la letra de una canción, una película y hasta una publicidad. Andamos por ahí buscando una excusa que justifique las lágrimas que están a punto de explotar.
No soy psicóloga y mucho menos científica pero estoy segura que algún estudio demuestra que llorar reduce el estrés. Y que después de llorar, nos sentimos mejor.
Al lavado de manos, sumemos el lavado del alma. Porque si es cierto que llorando se limpia el alma, esta cuarentena me la va a dejar limpita, brillante, casi como nueva. Y así, volveremos a empezar.