No importa si se trata de de la cantidad de pacientes confirmados en Alemania, de una ligera baja en la tasa de letalidad en Perú o de una aceleración de los contagios en un estado norteamericano al que casi nadie puede ubicar en el mapa.
Desde hace meses, cualquier índice relacionado con el coronavirus parece merecer un gran titular. Y, si cabe, cortina musical de aires apocalípticos.
Este revoleo de números desprovistos de sentido impactan en la medida en que se ignore el contexto.
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¿Cuántos pacientes hubo de gripe en años anteriores en cada región señalada? El público debe adivinar. ¿Son tantos más que los contagiados por las versiones clásicas de la gripe? Una vez que entramos en pánico, renunciamos a buscar más explicaciones.
La saturación de los sistemas sanitarios de Italia y España, ¿podrá tener que ver con las altas tasas de población mayor en esos países? ¿O se supone que el mismo virus varía su agresividad según las regiones?
La pandemia provoca desajustes numéricos en todos los frentes. Por ejemplo, según el discurso presidencial, agregar un 10 por ciento de la población al universo de la pobreza podría ser una circunstancia sin consecuencias negativas en la salud pública. Además, ¿en base a qué cálculo insinuó que la alternativa a la cuarentena total era afrontar 100 mil muertes?
Sólo el desapego por el rigor numérico explica que se festeje nuestra supuesta baja tasa de contagios en relación con la de Chile. Comparación inverosímil que se hizo cuando la tasa de testeo en Chile, medida por la cantidad de habitantes, multiplicaba por ocho a la argentina.
Échale la culpa al Covid-19
La Organización mundial de la salud (OMS) estima desde 2017 que cada año mueren en el mundo unas 650 mil personas por enfermedades respiratorias relacionadas con la gripe estacional. ¿El coronavirus dispararía ese indicador? ¿Cuánto riesgo extra representa en relación a ese tipo de patologías? Hasta el 25 de abril, es decir, a casi cuatro meses de su aparición, la pandemia habría provocado 187 mil muertes, según el recuento de la OMS.
Y este inédito conteo en tiempo real del organismo internacional, difundido desde fines de febrero en comunicados diarios, merece una revisión aparte. Al coronavirus se le atribuyen muertes que no se puede descartar que se hubieran producido de otro modo.
Por ejemplo, nos detengamos en el principal foco de contagio de Córdoba, el geriátrico de Saldán. Según el secretario de Salud de ese municipio, al menos dos casos dejan margen para la duda.
La persona que falleció dentro de la residencia sufrió un infarto. Y aunque dio positivo de coronavirus, era completamente asintomática. Nunca tuvo fiebre, ni tos, ni pérdida de olfato, ni nada. En cualquier otra temporada una muerte así habría sido atribuida a una patología cardíaca.
Otro paciente fallecido padecía una diabetes muy avanzada, se dializaba y había sufrido la amputación de sus miembros inferiores. Pero el recuento oficial lo incluye entre las víctimas de coronavirus.
El revoleo de números, elemento central de la sobrecarga informativa que venimos padeciendo desde hace dos meses, dispara infinidad de malentendidos.
Combinado con la faltas de certezas propias de la aparición de un virus hasta ahora desconocido, el resultado es un miedo tal vez desmedido en función del peligro real.
Y una sobrerreacción política que a su vez está en vías de generar una debacle económica de números inéditos en décadas.