Hoy en la sala de espera de la clínica somos un montón de panzonas. Todas mamás en los últimos días de embarazo, esperando al obstetra que está demorado trayendo un coronial al mundo.
Haga tranquilo doctor, mañana puede ser mi bebé el que demore el turnero.
Las sillas en la sala de espera, distanciadas un metro entre sí, sirven de alivio para la larga espera.
A diferencia de la última vez que vinimos, las embarazadas y los futuros papás están todos con barbijo, incluso secretarias y doctores.
El turnero se flexibiliza frente al tamaño de las panzas y las urgencias. Prioridad a las que están más cerca de parir, las demás tenemos que tener paciencia y seguir esperando.
En estas situaciones la sororidad femenina se pone a prueba. Porque todas necesitamos que nos revisen lo más pronto posible para volver a casa. Pero sabemos que al lado tenemos a otra panzona, tal vez con dilatación, a punto de parir.
Así que esperamos. Intercambiamos miradas de apoyo entre nosotras y nos entretenemos con el celular. Yo aprovecho para escribir éstas líneas para El Doce, que con las distintas entregas de #GestandoCuarentena me han acercado a muchas mujeres en la misma situación.
Barbijos
Es todo un tema aguantar con los barbijos puestos, porque limitan la respiración y eso para una embarazada es doble esfuerzo.
Ya venimos con una capacidad respiratoria acotada porque los pulmones están apretados con el bebé. Pero pienso en los médicos que están en la trinchera del coronavirus y no se sacan los barbijos por turnos de diez horas o más. No hay de qué quejarse. Aguantamos.
Ya le toca pasar a la mamá que tengo sentada al lado y después es mi turno, que estoy en la semana 38 de embarazo. A esta altura los controles son semanales y hasta cada tres días, porque entramos en la cuenta regresiva en serio.
No estoy segura si el celular calma la ansiedad o la empeora. En las redes sociales abundan los tutoriales de barbijos caseros y las noticias sobre la pandemia y las embarazadas son cada día más frecuentes en los portales web.
Lamentablemente, en Brasil murió una mujer contagiada que iba por la semana 31 de gestación. Pudieron salvar al bebé que junto con sus hermanos gemelos de cinco años no tendrán ya a su mamá. Me pone la piel de gallina de sólo pensarlo.
También hay buenas noticias en los diarios. Investigadores en distintas partes del mundo aseguran que el coronavirus sigue sin ser detectado en el líquido amniótico, ni en la sangre del cordón umbilical, o en leche materna. Eso significa entonces que no hay transmisión directa a los coronials.
Ya nos toca pasar al consultorio, qué alivio poder charlar cara a cara con el doctor. Chequeo general y sensación de tranquilidad es lo que viene a continuación. Mi cuerpo da todas las señales de que los dos estamos bien y vamos camino a un parto natural muy pronto.
Me siento súper poderosa. La sonrisa no entra dentro del barbijo que, aclaró el doctor, el día del parto, una vez en la sala, no tendremos que usarlo. Eso es todo un dato.
Así que salimos del consultorio y en la sala de espera nos despiden los que siguen esperando: “¡Suerte!” “¡Éxitos!” “¡Qué sigan bien!” . Somos un montón en la misma. Somos todos parte de la misma ilusión. Esperamos lo más bello de la vida en un contexto que jamás hubiéramos imaginado.
Pero nos sentimos bendecidos porque más allá del coronavirus y las malas noticias, nosotros muy pronto tendremos la primicia de nuestras vidas para dar: un nacimiento.
La mejor prueba de que la vida se renueva a pesar de las enfermedades y la muerte. Y eso, es más fuerte que cualquier cosa.