Pedro el Grande murió como consecuencia de haberse lanzado a las heladas aguas del río Neva para rescatar soldados de un barco encallado. Aquel zar no murió congelado, sino porque su chapuzón de rescatista agravó una dolencia urinaria, que fue lo que finalmente acabó con su vida. Pero el acto heroico que protagonizó en el estuario donde se encuentra San Petersburgo, resulta paradojal si se tienen en cuenta las cientos de miles de vidas de trabajadores que se perdieron en la construcción de la monumental ciudad que él hizo levantar sobre el Mar Báltico.
A eso habría que sumar las cientos de miles de vidas de cosacos y tártaros que se perdieron en sus guerras de conquista contra el Imperio Otomano desde el Mar Negro hasta el Cáucaso.
Por eso no fue una buena idea del Papa Francisco decir lo que dijo en un diálogo con jóvenes rusos. Su frase resaltando las figuras de Pedro I y de Catalina II, a la que también llamaron La Grande, generó escozor en Ucrania. No podía ser de otra manera. Esos dos monarcas absolutistas, idolatrados por el nacionalismo ruso porque expandieron el territorio con sus guerras imperiales, hicieron correr ríos de sangre en el territorio de la actual Ucrania.
En rigor, la historia rusa explica por qué para los nacionalistas, un gobernante es exitoso si expande el territorio y ha fracasado si, al concluir su reinado o su gestión, la extensión territorial del país es la misma o, peor aún, se ha reducido.
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Esta cultura política tiene raíces en el origen mismo del Estado. El zar al que se considera uno de los creadores del Estado ruso es Iván IV Vasilievich, a quien llamaban “el Terrible”, cuyo reinado en el siglo XVI incorporó Siberia y conquistó los kanatos de Kazán y Astrakán a lo que por entonces era el Gran Ducado de Moscovia, acrecentando notablemente su territorio.
Si Pedro I y Catalina II recibieron de sobrenombre la palabra “Grande” fue porque también ellos lanzaron exitosas guerras de conquista que acrecentaron aún más el territorio, haciéndolo llegar en el Este hasta Europa Central, en el norte hasta las aguas del Báltico y en el sur hasta el Mar Negro.
Vladimir Putin tiene en los dos déspotas imperiales una gran fuente de Inspiración. El jefe del Kremlin invoca a Pedro el Grande quitando tierras y recortando autonomía a los ucranianos, para justificar la invasión y la sangrienta y destructiva guerra que le impuso a ese pueblo eslavo. Invoca también a Catalina II y su conquista del sur de Ucrania en 1764, y el ingreso de los ejércitos del príncipe Potemkin a Crimea en 1783.
Esa historia explica por qué Ucrania repudió las palabras de Francisco, igualmente cuestionadas en Polonia, Suecia, Finlandia y en los países bálticos, que también padecieron las agresiones imperiales de los zares expansionistas y del poder soviético.
¿Qué dijo el Papa para causar tanta indignación? Dijo en un mensaje a los jóvenes rusos que “no olviden nunca su herencia; son hijos de la Gran Rusia. La Gran Rusia de los santos, de los reyes. La Gran Rusia de Pedro I y Catalina II. Ese imperio grande, culto y de gran humanidad. Nunca renuncien a este legado. Son herederos de la Gran Madre Rusia.”
Quizá alertados sobre lo que implican esas menciones, las obvió la transcripción que hizo el Vaticano del mensaje papal a los jóvenes rusos, pero los difundió la diócesis católica de Moscú y la televisión católica de Siberia. Por eso los dichos llegaron a Ucrania, Polonia, Lituania, Estonia y Letonia, generando una ola de repudios.
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Se entiende, porque la exaltación que hizo el pontífice se corresponde con el discurso del nacionalismo y del ultranacionalismo que siempre laten con fuerza en el gigante eslavo.
¿Por qué el jefe de la iglesia católica dijo lo que dijo? ¿Por qué resaltó figuras paradigmáticas del expansionismo imperial, un líder religioso que suele mostrar posiciones antiimperialistas? ¿Por qué lo hizo cuando el belicismo expansionista del presidente ruso está librando una sangrienta guerra de conquista en Ucrania?
El mismo líder religioso que ha condenado la invasión y responsabilizado al Kremlin por las muertes y destrucción que está causando, le propone a los jóvenes rusos sentirse herederos de monarquías ilustradas, pero absolutistas y expansionistas. ¿Por qué?
Quizá por la compulsión a hablar y agradar que suele adueñarse de la lengua de los líderes. O sea, más por negligente demagogia que por identificarse con las figuras que exaltó, las que sin duda han tenido rasgos admirables, pero también lados oscuros que, con una guerra de conquista en marcha, no es recomendable elogiar.
Si el Papa Francisco quería alagar a Rusia para agradar a sus jóvenes interlocutores, podía señalarlos como herederos de una grandeza que se expresó en las letras, con gigantes de la literatura como Tolstoi, Gorki, Dostoievski y Chejov, entre otros. Grandes bailarines, como Maia Plisétskaya y Rudolf Nuréyev. También grandes científicos, como Gemaleya; astronautas como Gagarin. En fin, una larga lista de talentos que han enriquecido la cultura rusa. Pero el pontífice no los exhortó a sentirse herederos de esos genios que enaltecen a la humanidad, sino de conquistadores de territorios que tuvieron entre sus blancos las tierras donde Putin está imponiendo una guerra sangrienta.
Las palabras menos indicadas en el momento menos oportuno.