— ¡Permiso! Voy a entrar con una nena — grité desde la puerta del baño y salió una señora.
— Querido, este es el baño de mujeres — me dijo una señora.
— Claro, lo sé. La que se está haciendo es ella, mi hija, y no yo— le respondí con más apuro que sarcasmo. Cuando me aseguré de que nadie más salía del interior, pasamos con mi hija.
Salvo contadas grandes superficies que tienen esos baños familiares tan simpáticos con inodoros bajitos y lavatorios a la altura de los más pequeños, el resto es una decisión osada y apurada por las órdenes de evacuación. Ya todos sabemos que la frase “aguantá, hija que ya llegamos” científicamente no ha sido demostrada como eficaz. Un dato: últimamente nos hemos encontrado muy a gusto en los amplios baños para personas con discapacidad (Ojo! ahí que el inodoro está más alto).
Donte Palmer es un norteamericano que el año pasado hacía malabares para cambiar el pañal de su hijo en un baño de varones. Se sacó una selfie de cuclillas (#squatforchange en inglés) reclamando esos cambiadores de plástico que son tan útiles. Normalmente esos cambiadores de pañales están en el baño de mujeres. La foto de Don se hizo viral y lo viral llamó la atención de una empresa de pañales. Este domingo es día del padre en Estados Unidos y anunciaron la instalación de 5.000 cambiadores en baños masculinos en todo el país.
Acá, ir al baño con los hijos sigue siendo una odisea para los padres (o como decía Piñón Fijo para los papás varones). Depende del lugar público, de la edad y sexo de los niños, y como siempre, para volver a lo más básico de nuestras necesidades, si se trata de lo primero o de lo segundo.
Si a esta altura todo lo que vengo diciendo te parece absurdo o tirado de los pelos, te recuerdo que cada vez más padres nos separamos o simplemente más padres compartimos más tiempo y paseo a solas con nuestros hijos sin “mamá”.
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El verano pasado fui con mis hijas a pasar a unos días en carpa a un camping. Ya me doy bastante maña con las dos. El primer día fue soñado: sol, río, asadito, siesta a la sombra, merienda y hasta para ir al baño no hubo drama porque había unos retretes aislados que podían ser para ambos sexos.
El tema fue la ducha. Había dos zonas de duchas. Adivinen. Una para hombres y otras para mujeres. La infraestructura se disponía en duchas con cortina y bancos para cambiarse tipo vestuario del ascenso. Durante nuestra estadía de tres días, nuestro aseo se concentró en un baño “polaco” (no voy explayarme sobre qué es un baño polaco, lo googlean). Ducharnos en el baño de hombres no era opción y ustedes me imaginan parado en la puerta de la ducha de mujeres gritando: "¡PERMISO! VOY A ENTRAR CON UNA NENA".