Para el oficialismo, el discurso de Alberto Fernández en la Cumbre de las Américas fue una pieza oratoria de altísimo nivel que transportó con claridad y lucidez una mirada profunda y completa de los problemas de las relaciones entre los estados de la región. Pero para la oposición, lo que dijo el presidente en el encuentro de Los Ángeles fue un estropicio más de alguien que actúa como vocero de regímenes autoritarios que le encomendaron el mandado de ir a incomodar al anfitrión, el presidente norteamericano Joe Biden.
Dos miradas absolutamente contrapuestas sobre un mismo discurso. ¿Cuál de ellas está en lo cierto? Posiblemente, ninguna. El discurso del presidente tuvo aspectos demasiado oscuros para soslayarlos, aunque tampoco fue el desastre total que describen en la oposición.
Esta vez, Fernández no se puso a improvisar como en las ocasiones en las que citó autores equivocados en frases incoherentes, ni se excedió en el intentó de agradar a su anfitrión como hizo por ejemplo en Rusia cuando le ofreció a Putin la Argentina como puerta de entrada a Latinoamérica. Por el contrario, leyó línea por línea lo que le habían escrito y eso le permitió una explicación ordenada de lo que quería explicar. Y lo que enumeró contuvo cuestiones que pueden ser discutibles, pero no son descabelladas; otras cuestiones que no son discutibles y en las que su posición fue acertada, y cuestiones donde lo que no dijo constituye un desbalance grave y oscuro.
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Su posición más acertada es la referida al presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) con el que Donald Trump dejó de lado una sana tradición que venía desde el origen mismo de la entidad financiera: que su presidente sea latinoamericano.
Sus posiciones discutibles pero no descabelladas, son las referidos al pedido de que sea reemplazado como secretario general de la OEA el uruguayo Luis Almagro; que se levanten las sanciones económicas contra Cuba y Venezuela, y que en las próximas cumbres participen todos los gobernantes, sin exclusiones.
Se puede no estar de acuerdo con el pedido del presidente argentino para que Estados Unidos levante las sanciones económicas, pero es un tema que amerita ser debatido porque a esta altura de la historia si algo está claro es que castigan a los pueblos que padecen las dictaduras y no sirven como instrumento para debilitar esos regímenes y reemplazarlos por democracias.
Sobre todo el ejemplo cubano, aunque también el venezolano, muestran que en lugar de debilitarse, las dictaduras se fortalecen bajo el sistema de aislamiento y sanciones. De tal modo, proponer debatir sobre ese tema no es descabellado, aunque siempre quienes los proponen intentan justificar las calamidades económicas provocadas por esos regímenes.
Tampoco es descabellado debatir si a las Cumbres de las Américas deben asistir sólo gobernantes democráticos, o deben ser invitados todos los gobernantes, incluidos los autoritarios.
En el encuentro en Los Ángeles sobresalían en el temario cuestiones urgentes como las migraciones masivas, los efectos del cambio climático y la era de pandemias que ha comenzado en el mundo. Y esos no son temas que deban abordar sólo las democracias, sino todos los poderes que imperan sobre territorios.
¿Qué efectividad puede tener el abordaje del drama creciente de las masas migratorias, si no participan de la discusión los regímenes autoritarios que más producen las diásporas de este tiempo?
Para instrumentar medidas efectivas contra el cambio climático y contra las pandemias globales que azotarán de ahora en más a la población mundial, es necesario que estén todos los poderes que imperan, y no sólo los gobiernos democráticos.
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Reconocerles ese lugar no implica legitimar como democracias a regímenes autoritarios. Los legitima el presidente de México cuando denuncia la lista de invitados de Biden hablando de “pueblos excluidos”. La verdad evidente es que no hubo “pueblos excluidos” sino regímenes autoritarios excluidos. Y el cuestionamiento a esa exclusión habría sido respetable si Andrés Manuel López Obrador, su colega boliviano Luis Arce, la hondureña Xiomara Castro y también Alberto Fernández, hubieran presentado su reclamo diciendo que, para dar más utilidad a la cumbre y más efectividad a las medidas que se acuerden, resulta imprescindible que también participen del encuentro las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Fernández, por lo menos, no habló de “pueblos excluidos”, aunque merodeó la idea de países excluidos, cuando los excluidos fueron dictadores que someten a sus pueblos para adueñarse de esos países.
Habría sido un discurso equilibrado si hubiera llamado a esos regímenes por su nombre: dictaduras. O al menos hubiera usado la ocasión para acompañar su pedido de que levanten las sanciones y sean invitados a las próximas cumbres, por un pedido a los jerarcas de esos regímenes que concedan a sus pueblos las libertades y derechos que les impiden tener, y que cesen las persecuciones, encarcelamientos y censuras contra las disidencias. Pero los otros mandatarios fueron aún más hipócritas. El presidente de México y sus coreutas cayeron en la falacia oscura de presentar esos regímenes como legítimos representantes de los pueblos que los padecen.