Una lluvia de sospechas y denuncias caen sobre Donald Trump. Son de tal magnitud, que terminan tapando otras revelaciones de una inmensa oscuridad.
Mientras aparecen noticias que ayudan al presidente Joe Biden, como la baja de la inflación y los acuerdos en el senado que agilizan la aprobación de leyes cruciales para su gobierno, al magnate neoyorquino lo bombardean las malas noticias.
En un hecho sin precedentes, el FBI allanó la mansión de Mar-A-Lago, en Florida, buscando documentos clasificados que desaparecieron del gobierno federal. Paralelamente, el Estado denuncia por fraude fiscal megamillonario a una de las principales empresas de Trump, mientras avanza la investigación sobre su rol en el ataque golpista contra el Capitolio.
Todo muy grave, pero igualmente grave es la noticia que quedó tapada por esa ola de denuncias y sospechas.
Un artículo de la revista The New Yorker adelantó revelaciones que dejan al desnudo la naturaleza autoritaria del ex presidente. Una de esas revelaciones muestra su intención de exhibir armamento pesado en un desfile del 4 de julio, día de la independencia de los Estados Unidos.
“Eso es lo que hacen las dictaduras”, le dijo el general Paul Selva a Donald Trump. “Nosotros no hacemos eso; no es lo que somos”, añadió el militar.
El número dos del Estado Mayor Conjunto estaba encargado de organizar el desfile del 4 de julio y le respondió de ese modo al presidente, cuando éste le pidió que haga desfilar carros blindados y armamento pesado.
La respuesta del militar incluyó una experiencia personal: “Crecí en Portugal cuando regía una dictadura y los desfiles consistían en mostrarle a la gente quién tenía las armas”.
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Si se confirma la veracidad de la investigación periodística que reveló una discusión entre Trump y los jefes militares, se abre oro ángulo desde el que se puede observar la naturaleza política autoritaria del líder republicano.
En los totalitarismos está la muestra más contundente de la verdad evidente con que un militar corregía a un presidente de Estados Unidos. Desde Stalin hasta Gorbachov, pasando Por Breniev, Chernenco, Andropov y otros líderes del PCUS, la nomenclatura soviética observaba desde el balcón del Mausoleo de Lenin los desfiles de tanques y misiles que cruzaban la Plaza Roja. Mao Tse-tung miraba desde la puerta de la Ciudad Prohibida el paso de los armamentos de gran porte desfilando por Tiananmen.
En Pyongyang, atraviesan la Plaza Kim Il-sung soldados con tanques y también los misiles nucleares del régimen norcoreano. En el 2021, para celebrar el 75 aniversario del Partido del Trabajo, portador de la doctrina marxista leninista y la “sabiduría” del fundador del régimen expresado en la doctrina Juche, los militares exhibieron misiles intercontinentales. Los proyectiles balísticos Hwasong-15 y Hwasong-17 volvieron a cruzar los puentes del río Taedong para celebrar los noventa años del Ejército Revolucionario del Pueblo.
Esas postales jamás se ven en las democracias. Las potencias de Occidente tienen vastos arsenales nucleares, infinidad de tanques y robustas piezas de artillería pesada, pero jamás las ostentan en celebraciones patrias. Y esa es una señal visual de una diferencia profunda.
Es cierto que no fue un régimen totalitario el que arrojó bombas atómicas sobre dos ciudades; Estados Unidos lo hizo. Pero como dice el general Paul Silva, los desfiles con armamentos son un instrumento de las dictaduras “para mostrarle a la gente quien tiene las armas”.
La pretensión de que el “Independence Day” se celebre al estilo soviético y norcoreano, no fue lo más grave de aquella conversación. Más grave fue que Trump rugiera su indignación diciendo “malditos generales ¿por qué no pueden ser como los generales alemanes?”.
El secretario de Gabinete de la Casa Blanca John Kelly le preguntó a qué se refería y Trump respondió que se refería a los oficiales del régimen nazi que rodeaban a Hitler.
El general Kelly terminó destituido después de aquella discusión con Trump, quien ya había elogiado a Hitler diciendo que “hizo muchas cosas buenas”. Lo que indignó al magnate neoyorquino fue que Kelly rechazara también implementar otro pedido que hizo para aquel desfile: que no estuvieran a la vista los ex combatientes inválidos ni los mutilados en campos de batalla.
“No los quiero…no se ven bien” argumentó para explicar por qué pedía que no participen del desfile los soldados y oficiales que quedaron en silla de ruedas o perdieron algún miembro en acciones de combate. Sus interlocutores no podían creer lo que escuchaban. Y por contradecirlo, por explicarle lo que es obvio en una democracia, sufrieron alguna represalia por parte del presidente que les ponía como ejemplo la “absoluta lealtad” a Hitler de los generales alemanes.
Lo más revelador de aquella conversación increíble entre un presidente de Estados Unidos y los máximos jefes militares, es que Trump reclamara exhibir armamento en los desfiles militares, mostrando desde otra perspectiva la atracción que sobre él ejercen los regímenes totalitarios.
Para el millonario conservador los desfiles de las fechas patrias muestran debilidad de los Estados Unidos por no exhibir armamentos como hacían las columnas militares que pasaban junto al Kremlin en la era soviética y como están haciendo nuevamente en esta etapa de la era Putin. Como si no pudiera entender que esas exhibiciones de poderío armamentista son parte del lenguaje visual del los totalitarismos.