Quiso golpear y terminó golpeado. La caída rocambolesca de Pedro Castillo no cierra un capítulo patológico de la política peruana, sino que lo agrava. Quien ocupó su lugar, llegó al gobierno en la misma lista que encabezaba el presidente caído.
Dina Boluarte también formaba parte de Perú Libre, el partido de raíz marxista que lidera Vladimir Cedrón, ex gobernador del Departamento Junín que tiene una condena por corrupción.
Hubo dos disoluciones del Congreso peruano que se contraponen en la legitimidad jurídica. La que hizo Alberto Fujimori en 1992 y la de Martín Vizcarra en el 2019. El primer caso fue abiertamente golpista, porque el presidente que clausuró el Congreso no convocó a nuevas elecciones legislativas, sino que avanzó también sobre el control del Poder Judicial. El segundo caso es diferente porque la decisión de Vizcarra encuadraba en el artículo 134 de la Constitución, por la cual el presidente puede disolver el Congreso y convocar a elecciones para elegir un nuevo cuerpo legislativo, en caso de que el Congreso haya denegado su voto de confianza a dos Consejos de Ministros consecutivos.
Disolver el Congreso siempre es controversial, pero el caso de Vizcarra tenía más argumentos institucionales, mientras que el de Fujimori fue lisa y llanamente un golpe de Estado que suprimió la institucionalidad democrática.
El que intentó sin éxito Pedro Castillo estuvo más cerca de 1992 que del 2019 y su caída cerró una gestión caótica. Disolver el Congreso sin que existan las razones establecidas en el artículo 134, por caso el rechazo varias veces consecutivas del voto de confianza al Consejo de Ministros, lo coloca en el terreno del golpe.
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La disolución del Legislativo que intentó Castillo ni siquiera tenía la aprobación del Consejo de Ministros, por eso ni bien el presidente anunció su decisión, hubo una renuncia en masa de los miembros del Gobierno.
El profesor rural y ex sindicalista que había cobrado notoriedad en una huelga docente contra el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski, deambuló errático en el poder, sobreviviendo a varios intentos de destitución por parte del Congreso. Lo único que tenía a su favor es que el más interesado en derribarlo era Fuerza Popular, el partido derechista que lidera Keiko Fujimori, quien nunca reconoció su derrota electoral y le negaba una legitimidad que el escrutinio y la justicia electoral le otorgaban con claridad.
Las embestidas constantes para destituirlo y los sabotajes institucionales permanentes que le aplicaban, muestran a Castillo como víctima de dirigentes radicalizados y poco dispuestos a aceptar y cumplir el veredicto de las urnas.
Pero al mismo tiempo que esquivaba juicios de vacancia por “incapacidad moral”, el mandatario mostraba su total falta de cualidades mínimas para presidir un país.
Mientras sobrevivía en el cargo a los juicios políticos e intentos de juicios políticos de las fuerzas derechistas y ultraderechistas, el presidente se peleaba con Perú Libre porque ese partido marxista que le dio la candidatura presidencial le reclamaba aplicar las políticas inviables que diseña bajo sobredosis de ideología.
Que un hombre tan limitado, que batió récords mundiales en cambios de gabinete y no daba señales de entender el escenario político local, regional y global, superara un año en el cargo, resulta más extraño que su caída tras fracasar en un intento de golpe contra el Congreso.
Al ver que el último intento de aplicar “vacancia por incapacidad moral permanente” esta vez iba a tener los votos necesarios en el hemiciclo, Castillo cerró el Congreso como lo hizo Fujimori en el 92.
Aquel despótico presidente era tan inteligente y osado como inescrupuloso y brutal. Tuvo éxito con la clausura del Congreso y la intervención del Poder Judicial. En pocos meses armó una convención constituyente e impuso la constitución de 1993, además de promulgar la ley de Interpretación Auténtica que le permitió reelegirse en la presidencia.
Fujimori era un dictador corrupto y criminal. Castillo posiblemente sea corrupto, pero no hay crímenes ni truculencias como las que cometió Fujimori con su siniestro jefe de Inteligencia, Vladimiro Montesinos.
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El misterio es que un presidente pusilánime como Pedro Castillo haya intentado dar un golpe de Estado cerrando el Congreso. Parece más bien la iniciativa de alguna mente más oscura que la nublada mente del mandatario derribado y detenido. El futuro dirá si se convirtió en golpista por iniciativa propia o si un poder detrás del trono lo guió a semejante estropicio.
Pedro Castillo iba a caer el miércoles 7 de diciembre del 2022. Pero iba a caer por “incapacidad moral”. En cambio, terminó cayendo por intentar un golpe de Estado.
Habrá que ver cómo intenta atravesar semejante jungla política la primera mujer que alcanza la presidencia.
Boluarte alcanza el cargo por uno de los brotes sicóticos de la política de ese país. No tiene un partido que la apoye y, por provenir de la izquierda, posiblemente encuentre tanta resistencia como encontró Castillo.
Lo que necesita el nuevo gobierno para llegar hasta el cumplimiento del mandato, es que Dina Boluarte muestre una gran capacidad de mando, de gestión y de negociación con los opositores. Ergo, que esté situada en las antípodas del incompetente Pedro Castillo.