En el mismo puñado de días, fueron noticia dos políticos que representan el mismo modelo de liderazgo: Trump y Berlusconi. Donald Trump, en la portada de de los diarios por haber sido procesado penalmente, es el último exponente del modelo de liderazgo que irrumpió en los noventa con Silvio Berlusconi, hoy convertido en noticia porque se le diagnosticó leucemia.
El anti-sistema ya había alcanzado el poder en Perú, con Alberto Fujimori, pero con el millonario italiano irrumpía una variante dentro del aluvión de anti-política: la política espectáculo.
El magnate italiano del fútbol y de los medios de comunicación fue el primer líder showman de la política. Esa forma de liderazgo es una expresión del anti-sistema, o de la anti-política. Berlusconi llegaba de afuera de la política al escenario que en Italia había sacudido el proceso anti-corrupción Mani Pulite (Manos Limpias), como se llamó a la vasta operación judicial que condujo el juez milanés Antonio Di Pietro.
Ese escenario había surgido tras la caída del último líder histriónico: Benito Mussolini. En la era pos-fascista, la política estaba formateada en el estilo dirigencial de figuras como Alcide de Gasperi, Giulio Andreotti, Francesco Cossiga y Pietro Nenni.
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Ese modelo de gobernante italiano, y también europeo, acabó cuando en 1994 se convirtió en primer ministro un millonario de estilo ramplón y vocación escénica, que embestía contra la política tradicional y encabezaba tres gobiernos, entre 1994 y 2011, en alianza con el separatismo lombardo que lideraba otro dirigente anti-sistema, Umberto Bossi, proponiendo partir Italia al medio y crear en el norte un país rico llamado Padania.
La primera señal de lo que luego se convertiría en una ola mundial, el anti-sistema, se había dado también en Italia, cuando se convirtió en parlamentaria Ilona Staller, la actriz de cine pornográfico de origen húngaro conocida como “la Cicciolina”. Pero al terremoto lo causó el millonario dueño de Mediaset y del club de fútbol Milan.
Hasta Berlusconi, los nombres de los partidos llevaban las palabras Socialista, Democracia Cristiano, Comunista, Radical, Social Demócrata, Republicano, etcétera. A partir del millonario que fundó el partido Forza Italia, la denominaciones cambiaron y también la forma de hacer política, comenzando un periodo de fuerzas políticas con nombres como La Liga, El Olivo y Cinco Estrellas. Pero todos esos cambios en la superficie no alteraron ciertas leyes de gravedad de la política italiana, como los contubernios y la corrupción. Lo que había provocado hastío social, se mantuvo, aunque con nuevo ropaje: el de la política espectáculo.
La justicia siguió lidiando con las corruptelas de siempre y Berlusconi generó escándalos impresentables, como el que lo llevó al banquillo de los acusados por consumir prostitución de menores. Finalmente, lo salvó de prisión la prevalencia de la duda sobre si sabía o no la edad de la menor que había pasado por sus aposentos en una de las tantas fiestas orgiásticas que organizaba. Pero no pudo salvarse del escándalo y de la evidencia sobre su escasa y decadente moral.
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En política, Berlusconi también había evidenciado opacidad ética tejiendo vínculos oscuros con dictadores como Muhammar Khadafy y Vladimir Putin, a quien siguió defendiendo a pesar de la catástrofe humanitaria que provocó la invasión a Ucrania.
Hoy, aunque furgón de cola de la coalición derechista que lidera la primera ministra Giorgia Meloni, Berlusconi sigue en el escenario político. Ya no es el protagonista central, sino un partenaire de la líder pos-fascista, pero su permanencia demostró que no era un arribista aprovechando los tiempos de la anti-política sino un verdadero político, que no liberó la política de sus viejos vicios porque su gran cambio no acabó con los negociados ni con la corrupción.
Il Cavaliere, como se lo llama desde que fue distinguido con la Ordine al Mérito del Lavoro se integró a esas capas dirigentes que se generan en las democracias occidentales y que, primero el movimiento de la izquierda anti-sistema español Podemos, y después el ultra-liberal argentino Javier Milei, llamaron acertadamente “la casta”.
Como ocurre con los liderazgos de ese tipo, con Berlusconi no hay términos medios. Italia se divide entre quienes lo aman y quienes lo desprecian. Sin embargo, la noticia de su internación en estado delicado y, a renglón seguido, el diagnóstico de leucemia marcando tal vez el final de su vida política a los 86 años, impuso un silencio respetuoso. Hasta la Italia que siempre lo despreció dio muestras de que, en caso de que la suma de su avanzada edad y la nueva fragilidad de su salud lo saquen del escenario político, va a extrañar al aparatoso pionero de la política espectáculo.