“Esperá mami que estoy atrapando pokemon!”. Eso me contestó anoche mi hijo de 12 años, cuando me llegué hasta su habitación para invitarlo a leer un librito bilingüe que le había conseguido.
No podía entender como, de un plumazo, un “jueguito de Internet” había echado por tierra, en un minuto, toda la estrategia de madre para compartir tiempo y lectura con mi hijo adolescente.
¿En qué momento mi casa se llenó de muñequitos??
Me parecía increíble verlo a mi hijo saltar y escabullirse en el placard, trepar a las sillas y terminar en un segundo en la pileta de natación llena hasta el borde de agua!.
Mientras mi niño gastaba su energía sin descanso, me senté a reflexionar un poco sobre la tecnología que no podremos parar.
¿Como haría para velar por la seguridad de mi hijo en tiempos de tanta inseguridad? ¿Qué palabras debería decirle para convencerlo de que no corra a los Pokemon en la parada de colectivos, o cuando cruce una calle transitada?. ¿Que no atrape muñecos en la espalda de otra persona, o no se meta en lugares peligrosos para atrapar algo que no tiene materialidad?
¿Cómo haría para seguir las recomendaciones de la terapeuta que me aconsejó controlarlo por lo menos media hora al dia, acerca de sus “movimientos” en la web…?
¿Tendría que retomar yo mis clases de zumba? ¿Cómo podré seguirle el ritmo a este excitado seguidor de muñequitos virtuales?
Mientras veía como este niño se frustraba por no capturar a ninguno de estos invasores , decidí seguir siendo la principal protectora de mis hijos.
Yo no puedo ver a los Pokemon….pero me temo que sí puedo ver, antes que mi hijo, mucho comercio, mucha inseguridad, mucha desprotección para jugar un juego que NO TODOS PODEMOS JUGAR.