El plan pintaba interesante por varias razones. Por un lado, era una experiencia digna de ser contada. Materia prima para una publicación como ésta. Además, cabía imaginar como recompensa la gratificación de sentirse parte de algo importante. Saberse capaz de destinar unas horas a un desafío que eventualmente traería beneficios para la sociedad era una idea estimulante.
Por último, también influyó el fastidio porque en el tan demorado primer turno, dos meses antes, me hubiera tocado la Sputnik. Este nuevo estudio era al mismo tiempo una oportunidad para zafar del esquema de vacunas rusas, aún no homologado por las democracias desarrolladas que me inspiran más confianza. Como la base del experimento (los profesionales de la salud que trabajan en él no quieren que se lo llame así) es dar una vacuna diferente a la de la primera dosis, mi ilusión era pasarme en esta jugada al equipo de Moderna o, en su defecto, al de AstraZeneca.
Había un cuarto de probabilidades de que me tocara Sinopharm, idea que, pese a que no me seducía demasiado, tampoco me espantaba, gracias al dato de que ya fue validada por la autoridad sanitaria de la Unión Europea. Y otro cuarto de probabilidades de que me dieran la de Cansino, que por lo que había escuchado y leído, era una buena alternativa que, al ser monodosis, simplificaba el panorama hacia adelante.
La inscripción fue hace casi un mes, a través del CIDI. Cumplía con todos los requisitos, entre ellos el tiempo transcurrido desde la aplicación de la primera dosis y el hecho de no haber sido positivo nunca de Covid. Todavía no habían oficializado las autoridades nacionales que los "varados" de la Sputnik recibirían rutinariamente como refuerzo las vacunas de Moderna o AstraZeneca. Tampoco se había oficializado que en ese esquema de reemplazo de la misteriosamente escasa segunda dosis de la rusa no se habilitaría la Sinopharm. Es decir, no se sabía aún que la combinación "rusa+china" dejaba más dudas que las otras combinaciones posibles.
La notificación llegó el miércoles pasado, por SMS y mail, como cualquier turno de vacunación. El jueves recibo un llamado desde un número desconocido. Una asistente del ministerio de Salud de Córdoba me hace un par de preguntas sobre mi cuadro de salud general, me recuerda que por participar del estudio debo hacerme tres extracciones de sangre y me anuncia que la vacuna que me ha sido asignada, aleatoriamente, es la Sinopharm. Pregunto si no puede ser otra, "la de Moderna". La respuesta es no positiva. Pido un par de horas para confirmar mi asistencia al día siguiente, viernes, a las 11 de la mañana, en el centro de vacunación del Espacio Arturo Illia, a media cuadra de General Paz y Humberto 1°, en pleno centro de Córdoba.
En ese instante, además de seguir trabajando y de reorganizar la agenda laboral del día siguiente, lanzo frenéticas consultas a casi una decena de profesionales de la salud de confianza. Hay de todo: gente que trabaja en el sector privado, en el público, en ambos. Expertos en vacunas, en infectología, en clínica, en políticas sanitarias. Las opiniones son coincidentes. Unánimes, diría: "No es lo ideal, pero dale para adelante".
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Una profesional de enorme prestigio, que como casi todos los médicos tiene hace rato aplicadas las dos dosis de la rusa, me confiesa que planea un viaje a Estados Unidos para garantizarse allá algunas de las vacunas que han mostrado mayor efectividad. Otro repite una crítica que conozco de memoria (y que suscribo) al gobierno argentino, por haber demorado siete meses las gestiones para acceder a las vacunas estadounidenses. Los prejuicios ideológicos y, quizás, alguna otra razón no aclarada, hicieron que las últimas olas en nuestro país fueran peores de lo que podrían haber sido.
El jueves a la tarde, durante la emisión de Seguimos en El Doce, la asistente de Salud vuelve a llamarme. No atiendo, pero le devuelvo el llamado ni bien termina el programa. Con el ánimo extra que me inyectan mis compañeras Alejandra Bellini y Florencia Ferrero, confirmo la asistencia. Voy a participar del estudio, anuncio. Estoy adentro. Cuenten conmigo. No conseguiré la tranquilidad de ingresar en el afortunado grupo de inoculados con Moderna o AstraZeneca a la que aspiraba, pero haré mi microscópica colaboración a la CIENCIA, así, con mayúsculas.
El viernes llego puntual al Espacio Illia, convertido en el centro de operaciones del estudio en Córdoba. Por indicación de la asistente de Salud que me llamó el día anterior, comí liviano y sin lácteos en lo que va del día, algo que me desacomoda bastante.
La organización es impecable. Primero firmo el "consentimiento informado". Como casi siempre pasa con este tipo de formularios, hay muchos detalles que se me escapan. Después me hisopan. Doy negativo (como otras 10 veces antes en lo que va de la pandemia). Luego me sacan sangre. Por último, me inoculan la Sinopharm. Hay fotos, agradecimientos, promesas de saludos en Seguimos en el Doce que luego incumpliré. Me despido con un "nos vemos en unos días", porque hay ir a hacerse nuevas extracciones de sangre para el estudio.
Van más de 48 horas desde la inoculación de la china. Por ahora no manifiesto ningún síntoma. La única "molestia" son las notificaciones constantes que aparecen por haber publicado una serie de historias en Instagram sobre esta experiencia. Me llega una multitud de inquietudes que espero haber respondido en estas líneas.