Cuando Diego Maradona maravilló al mundo en 1986 yo era muy chico. Mis recuerdos de aquel eterno Mundial de México son escasos. Sólo me acuerdo que me gustaba Burruchaga porque llevaba la camiseta 7 (mi edad de ese momento) y que salíamos a la calle a festejar con mi familia, al final de los partidos.
Italia 90 fue una frustración. Con 11 años, grité como loco el triunfo contra Brasil, idolatré por siempre al Goyco, lloré cuando los italianos silbaban nuestro himno y odié a Codesal, el árbitro de la final. Pero, tal vez como consuelo, siempre entendí que esa Alemania era mejor que esa Argentina y algo de justicia existió.
USA 94 fue una desilusión. Ya andaba por los 15 y todo era fútbol para mí. Aquel equipazo que juntó a Redondo, Simeone, Cani, Balbo, Batistuta y el Diego era sublime. Pero el doping positivo, la efedrina y el “me cortaron las piernas” serán una pena eterna.
Sudáfrica 2010 fue un lamento. Sin casi experiencia en clubes, Maradona dirigió a una gran camada de jugadores, con Messi a la cabeza. Pero llevó a Garcé porque lo soñó y no al mejor 4 del mundo (Zanetti). Y más allá de sus arengas, sus limitaciones como DT se notaron y Alemania nos eliminó con goleada.
Tal vez para los que tienen más de 40 nunca habrá nadie como Maradona. Pero lamentablemente yo lo recuerdo mucho más por sus escándalos, drogas, peleas e hijos no reconocidos. Por disparar contra periodistas, por maltratar a sus mujeres, por criticar a los que eran sus amigos y por decir que no quería vivir más en el país. Su “si no ganan que no vuelvan” a esta selección es el último ejemplo.
Lionel Messi es distinto. Distinto a él y distinto a todos. Adentro de una cancha, me maravilló con su Barcelona y me regaló muchas ilusiones con la Selección. Aunque no fue campeón del mundo ni de América (hasta hoy) siempre generó en mí enormes ganas de sentarme a verlo.
No le hace falta gritar ni putear a nadie para demostrar personalidad. Es humilde, siempre festeja con sus compañeros. Tiene una mujer a la que respeta y dos hijos a los que ama. Nunca escuché a nadie que lo conozca hablar mal de él. Todo eso sin contar que rompió todos los récords en el fútbol mundial.
Si por fin levanta esa copa que tanto merece, les aseguro que yo estaré más feliz por Messi que por mí o por el desagradecido hincha argentino.
Lamentablemente, él no es el problema. Somos nosotros, los otros. Los que queremos que él solucione nuestras frustraciones de años, que haga todo solo, que sea como Maradona. Y Lionel Messi nunca será como Maradona. Por suerte. Gracias a Dios.