Por primera vez, la luz apareció al final del túnel. Todavía es pequeña, tenue y parpadeante, por lo cual es imposible calcular el tiempo que resta hasta el final de la guerra y el resultado que arrojará. No obstante, por primera vez quedó a la vista la línea de comunicación entre altas instancias de los gobiernos ucraniano y ruso. Y cuando el nivel de contacto llega a los ministros de Relaciones Exteriores, es porque ambas partes han empezado a buscar en la negociación lo que hasta ahora sólo habían buscado por las armas.
Que los dos gobiernos hayan empezado a buscar una negociación, es señal de debilidad. Si el gobierno ruso está buscando esa salida sin haber logrado capturar aún ninguna de las ciudades principales del país invadido, incluida Kiev, la capital, sobre las que lanzó operaciones masivas para ocuparlas, muestra un síntoma de agotamiento de Rusia.
Probablemente, estén en lo cierto los expertos del Pentágono que calculan que Rusia tiene energía económica y militar para sostener la ofensiva en Ucrania sólo durante un par de semanas más.
Si bien es la fuerza que avanza sobre el terreno, lo hace demasiado lentamente. Contando con una superioridad en cantidad de tropas y armamentos en una proporción de ocho a uno sobre el ejército ucraniano, la cantidad de territorio conquistado no se corresponde con lo que podría considerarse un triunfo arrasador.
Rusia está ganando la guerra pero, paradójicamente, también la está ganando Ucrania, dado que su resistencia no se desmoronó estrepitosamente como lo habrían calculado los estrategas rusos. Y al ralentizar ese avance, los militares y los milicianos ucranianos están logrando empantanar al ejército invasor en una guerra prolongada de baja intensidad. En ese escenario, las sanciones económicas impuestas por las potencias occidentales podrán hacer sentir su peso sobre el músculo económico con que Rusia sostiene esta costosa operación.
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Que Vladimir Putin reclamara a Bielorrusia que envié su ejército al país invadido, y también pidiera a China que le de apoyo económico y militar, son posibles señales de agotamiento. Aún así, la capacidad de daño que tiene Rusia sobre el país invadido sigue siendo abrumadora y a Ucrania mantener la resistencia puede costarle quedar reducida a tierra arrasada.
La resistencia local podría estar en condiciones de convertir cada urbe ocupada en una Faluya, la ciudad de la gobernación iraquí de Ambar donde, en el 2004, las fuerzas norteamericanas y británicas que la ocuparon quedaron atrapadas en una ratonera infernal en la que sufrieron grandes pérdidas.
Pero el presidente ucraniano Volodimir Zelensky no es un yihadista ni un comandante del Vietcong. Es posible que renuncie a un triunfo a largo plazo que sólo podría lograrse al precio de reducir el país a escombros.
Zelensky ya hizo pública su renuncia a formar parte de la OTAN. Es probable que acepte también reducir el tamaño de las Fuerzas Armadas y la pérdida de parte del Donbáss y la península de Crimea. Putin presentará esas renuncias como su victoria total, sin embargo, el triunfo del líder ruso sólo sería completo si Ucrania se convirtiera en un Oblast de de la Federación Rusa o en un país satélite de Moscú. Y a ese objetivo podría no alcanzarlo.
A pesar de perder territorios y renunciar a alianzas internacionales, un acuerdo de ese tipo no implicaría la capitulación de Zelensky si Ucrania logra preservar su soberanía y su democracia, consiguiendo que Rusia se comprometa a no atacarla nunca más y a no volver a interferir en sus asuntos internos.
De todos modos, es muy difícil saber cuál será el resultado de un acuerdo. La luz al final del túnel todavía es pequeña, tenue y parpadeante.