África podría convertirse en el próximo escenario de un choque indirecto entre Rusia y el eje euro-norteamericano. Los tambores de guerra suenan cada vez más fuerte en el Sahel, la franja territorial que va de Este a Oeste, separando el África sahariana del Africa subsahariana.
En Níger, el derrocamiento de Mohamed Bazoum implicó la caída del último presidente democrático y del último gobierno aliado de la Alianza Atlántica que quedaba en esa parte del corazón africano. La Comunidad Económica de Estados del África del Oeste (CEDEAO) anunciaron sanciones al régimen militar instalado en Niamey, la capital de Níger, y una acción militar conjunta para reponer en el poder al mandatario derrocado. Pero la respuesta fue alarmante: los regímenes militares que imperan en Mali y Burkina Faso le advirtieron a la CEDEAO que si intervienen en Níger enviarán sus ejércitos a defender al régimen militar de ese país.
De tal modo, crece la posibilidad de una guerra entre el régimen de los militares pro-rusos de Burkina Faso, Mali y Níger contra los ejércitos del bloque creado a mediados de la década del ’70 y encabezado por Nigeria.
Ese bloque de países del Oeste africano ya intervino militarmente en conflictos internos. En 1990, varios ejércitos ingresaron en Liberia para luchar contra las facciones que peleaban entre sí tras haber derrocado y asesinado al dictador Kanyon Doe. Y en el 2017, tropas nigerianas acompañadas por los ejércitos de Ghana y Senegal ingresaron a Gambia, donde el gobierno se negaba a traspasar el poder al presidente elegido en las urnas.
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Nigeria puede complicar al régimen golpista de Níger si CEDEAO aplica sanciones, porque su gas y petróleo implican el 90 por ciento de la energía que consume el país del Sahel. Pero si envía su ejército y si Mali y Burkina Faso (el ex Alto Volta francés) cumplen su amenaza de enviar sus fuerzas militares a combatirlos, estallará la primera guerra multinacional en el corazón del continente negro. Y África se convertirá en el campo de batalla de una guerra indirecta entre Rusia y las potencias del norte occidental.
Gran Bretaña y Francia, dos miembros claves de la OTAN, intervinieron en el conflicto interno que determinó la caída de Muammar Khadafy y convirtió a Libia en un agujero negro que supuró jihadismo ultra-islamista de diversa graduación. Un acontecimiento que forma parte de los militares prorusos que se van multiplicando en los conflictos internos de Sudán, Chad y República Centroafricana y que ya tomaron el poder en Burkina Faso y Mali.
Los militares pro-rusos del Sahel, la región africana por la que se extendió el accionar jihadista, consideran que Francia fracasó en repeler a ISIS y AQM (Al Qaeda Magreb) en el norte de Mali.
El gobierno de Vladimir Putin parece estar fomentando golpes de Estado que generan regímenes militares apoyados por el Grupo Wagner. En Burkina Faso, la dictadura que preside el capitán Ibrahim Traore prohibió las exportaciones de uranio a Francia y a Estados Unidos. Las centrales nucleares francesas tendrán graves problemas para seguir funcionando si también Níger le corta el suministro de uranio. Precisamente eso se disponen a hacer los militares que derrocaron a Mohamed Bazoum.
Francia ya había abandonado el norte de Mali, donde luchaba contra las milicias que responden a ISIS y a AQM. El golpe militar en Mali acrecentó la franja de regímenes militares pro-rusos, por eso norteamericanos y franceses se verán tentados a empujar al bloque que encabezan Nigeria y Senegal a intervenir con sus ejércitos en Níger, para reponer en la presidencia a su aliado, el presidente Bazoum.
En síntesis, el accionar del yihadismo de ISIS, Al Qaeda Magreb y las ramificaciones de Boko Haram, además de guerras intestinas como la que está sufriendo Sudán y también la continuidad de los golpes de Estado que vienen sucediéndose en el Sahel, podrían desembocar en breve en un conflicto africano de gran escala que sería, a la vez, una guerra indirecta entre OTAN y Rusia.