“Ya vais a ver, los ingleses les van a dar un castañazo”. Corría el año 1982. Esa frase premonitoria la dijo el profesor Lozano durante una clase de política internacional, durante el Programa de Graduados Latinoamericanos (PGLA), que se dictaba en la Universidad de Navarra, Pamplona, España.
Era yo a mis 25 años uno de los becarios, y me remordía por dentro cuando veía la sonrisa de mis colegas chilenos que en cierto modo gozaban con ese pronóstico.
En definitiva, es lo que ellos mismos esperaban de la guerra, que Argentina cayera derrotada ante las tropas británicas, a las que la dictadura de Pinochet les prestó apoyo.
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De modo que el destino quiso que siguiera el día a día del conflicto desde la mirada de la radio y la televisión española.
España, vale subrayarlo, siempre tuvo una postura a favor de la Argentina. Y eso se reflejaba en parte en las crónicas de guerra.
Pero también vale aclarar en este caso que solidaridad no es sinónimo de complicidad y ceguera.
No había internet, no existían los celulares ni las redes como las conocemos hoy, de modo que las fuentes informativas, más en un conflicto bélico, brillaban por su escasez.
El primer impacto para mí fue tener que enfrentar a mi padre, que sí estaba en Argentina.
Todas las semanas me enviaba por correo postal los recortes de diarios con grandes titulares informando de la marcha victoriosa de las tropas argentinas en Malvinas.
Yo simplemente le decía que la prensa española informaba, sin ninguna clase de censura, tal y como se iban dando los enfrentamientos, y que con el correr de las semanas iban marcando el avance de las tropas inglesas, aún con batallas encarnizadas y algunas victoriosas transitoriamente, como las de Monte London, Bahía San Carlos o Ganso Verde.
Una vez más se repetía la historia. En la guerra, la primera víctima es la verdad.
El “vamos ganando” de Gómez Fuentes en el noticiero central de la televisión pública iba generando en la audiencia un triunfalismo completamente alejado de lo que ocurría en el campo de batalla.
Haber perdido contra los ingleses, de algún modo hizo que la sociedad le diera vuelta la cara a la guerra. No hubo plazas llenas cuando nuestros soldados regresaron al continente.
Responsabilidades
El contexto de ese 1982 ponía el foco en como la Multipartidaria conformada por casi todo el arco político, le ganaba terreno a la dictadura escuálida para ir a las urnas en cualquier momento.
Aún hoy con cierta ligereza no son pocos los que dicen que “los ingleses nos llenaron la cara de dedos”. Esto dista mucho de la verdad histórica. A nuestros soldados y a gran parte de la oficialidad, les sobró coraje, pero carecieron de una conducción estratégica y más profesional de unas Fuerzas Armadas en descomposición, herederas de la peor dictadura.
Quienes quieran oír que oigan. Para descorrer el manto de silencio en el que había caído la gesta de Malvinas, la revista Siete Díaz en dos ediciones consecutivas, de noviembre de 1983 sacaba a la luz el Informe Rattenbach.
Una investigación minuciosa contenida en 17 volúmenes en la que señalaba que la Junta Militar era responsable de conducir a las Fuerzas Armadas hacia la derrota militar porque no estaban preparadas ni equipadas para un enfrentamiento de esta magnitud, como consecuencia de un planeamiento apresurado, incompleto y defectuoso.
A 40 años de Malvinas, es justo recordar la advertencia de Raúl Alfonsín al señalar que la aventura militar era un peligroso precedente para la recuperación de la democracia porque en el hipotético caso de un triunfo, la junta militar hubiera impuesto condiciones.
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La llegada a la presidencia de Alfonsín y el antecedente de la derrota militar, desembocaron en otro hecho histórico: el juicio a las juntas militares por los crímenes de lesa humanidad, que jamás hubiera sido posible si triunfaba la formula peronista Luder/Bittel.
Como argentino no me queda más que rendir homenaje a los 649 soldados caídos en Malvinas. Me sigue dejando impotencia y dolor que no menos de 350 combatientes se hayan quitado la vida después de la guerra.