El mundo contempló los festejos británicos por el 70 aniversario del reinado de Isabel II. La monarca es apreciada tanto en Inglaterra, Gales y Escocia como en los 54 países de la Commonwealth, mancomunidad de naciones que en el pasado pertenecieron al imperio inglés. Aunque su influencia en la cultura y la sociedad no la equipara a Victoria I, la célebre reina decimonónica a la que superó en duración del reinado, el nivel de aprobación popular a Isabel II es notablemente alto en un tiempo en que las monarquías van siendo vistas como antiguallas caras y prescindibles.
¿A qué se debe tanto aprecio? Seguramente, ser la hija de Jorge VI, el rey tartamudo que se tuvo que hacerse cargo del trono, sin desearlo, por la abdicación de su hermano Eduardo VIII. Un evento controversial porque, entre la corona de Inglaterra y su amor por una norteamericana plebeya y divorciada, Eduardo VIII eligió su amor. Al menos así lo retrata la parte visible y oficial de la historia.
El hecho es que Jorge VI, quien había iniciado su reinado cometiendo el error de aprobar públicamente el Pacto de Münich con el que el ingenuo primer ministro Arthur Chamberlain había caído en el engaño de Hitler, terminó siendo admirado por su desempeñó como monarca británico, precisamente, en el escenario de la Segunda Guerra Mundial.
Hasta la tartamudez de Jorge VI terminó resultando entrañable para los británicos, porque ese rey eligió quedarse en Londres a enfrentar la ofensiva del III Reich, en lugar de aceptar su evacuación de las islas para estar a salvo de la maquinaria de guerra nazi.
La joven hija del rey que heredó el cargo, heredó también el aprecio popular al padre. Y supo retenerlo. La clave de ese logro fue el recato. Actuar de manera discreta es un arte que Isabel dominó desde un principio.
Muchas monarquías caían en Europa, mientras la reina mantenía en pie la corona británica, sorteando momentos sísmicos, como el que produjo el fallido matrimonio de su hijo Carlos con Diana Spencer. El mayor impacto contra la Casa Windsor llegó con la muerte de Lady Di, a esa altura una figura inmensamente popular en el Reino Unido y buena parte del mundo, percibida como víctima del desamor de su marido y la frialdad glaciar de su suegra, la reina.
Curiosamente, fue un gobernante joven y del centroizquierdista Partido Laborista, quien la ayudó a navegar aquellas aguas turbulentas que ponían su reinado al borde del naufragio.
Rodeada de una nobleza circunspecta en la que nadie sabía cómo manejar semejante circunstancia, recibió del primer ministro Anthony Blair los consejos que necesitaba para navegar los mares de una tristeza cargada de indignación.
Isabel II logró atravesar esa tempestad sin que naufrague la casa Sajonia-Coburgo y Gotha, rebautizada Casa Windsor por el rey Jorge V. Reinstaló la norma de actuar discretamente y recuperó el aprecio de la sociedad, tan necesario para ella como la cercanía de esa misteriosa cartera negra que siempre lleva colgada del brazo y hace que muchos intenten imaginar lo que contiene.
Pero en ese aprecio, que se explica también en el apego inglés, galés y escocés a las tradiciones y la institución monárquicas, probablemente haya un ingrediente más: la permanencia en un mundo en el que todo cambia cada vez más aceleradamente.
Las transformaciones que la tecnología impone a la economía y la sociedad se producen con velocidad creciente. Todo se transforma ante los ojos de los británicos, pero la habitante principal de Buckingham permanece. Su rostro se ha ido poblando de arrugas, pero su presencia discreta permanece como la cartera que cuelga de su brazo incluso cuando recibe gente en los aposentos del palacio.
La sensación de que hay algo quieto, que perdura inalterable en un escenario cambiante en el que todo se transforma vertiginosamente, puede haber colaborado en el aprecio que arropa a la vieja reina.
Más allá de la casa real, también el Estado británico, conducido desde Westminster y desde el 10 de Downing Street, percibe el rol que tiene esa permanencia en tiempos tan difíciles. Por eso es posible que la decisión de llegar al record de 70 años en el trono no sea sólo una decisión de Isabel II. La sucesión que corone rey a Carlos está cada vez más cerca y sólo la evitaría su muerte, pero genera vértigo en las cumbres del poder.
Pocos ven en el heredero la templanza y el equilibrio emocional de su madre y de su abuelo. Al fin de cuentas, fue la insensibilidad y negligencia con que el príncipe de Gales manejó su primer matrimonio, lo que causó la peor tempestad por la que atravesó la Casa Windsor desde que su tío abuelo abdicó para casarse con Wally Simpson.