Sólo puñados de miembros del disminuido Partido Comunista se reunieron en distintas ciudades de Rusia para evocar a Vladimir Lenin. Pero no hubo acto oficial encabezado por las autoridades del gobierno en el mausoleo que está en la Plaza Roja de Moscú.
Al cumplirse un siglo del fallecimiento que le abrió las puertas del poder absoluto al siniestro Stalin, el Estado ruso guardó silencio y dejó la fecha huérfana de conmemoraciones.
Por cierto, ni el pueblo ruso ni los pueblos de los estados que integraron la Unión Soviética parecen extrañar al creador de aquella ex potencia mundial guiada por un Estado policial que estableció un férreo control sobre los ciudadanos, censuró y reprimió fuertemente las disidencias y mató a millones de personas en campos de concentración como el Gulag.
Se entiende que las masas no extrañen demasiado al ideólogo que está detrás de un modelo económico que acabó fracasando, el colectivismo de planificación centralizada, aunque antes de llegar a él impulsó la llamada Nueva Economía Política (NEP) que implicó un modelo mixto para salir del pantano productivo producido por la colectivización.
Pero más allá de que a cien años de la muerte de Lenin quede poco de leninismo en el mundo, se trata de un protagonista relevante y crucial en la historia de Rusia, de Eurasia y del mundo. Por eso llamó la atención la indiferencia del gobierno ruso.
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Si el jefe de Kremlin no quería resaltar la imagen de Lenin con homenajes en el centenario de su muerte, ocurrida el 21 de enero de 1924, podría haber aprovechado la ocasión de una manera más eficaz: sacando su momia de su Mausoleo en la Plaza Roja y enterrándolo junto a su madre, María Aleksándrovna, en el cementerio de San Petersburgo.
Ese era el deseo manifestado en varias ocasiones por el líder bolchevique que creó la Unión Soviética, para el caso de que fuera asesinado.
Ignorar el centenario de aquella muerte, como hizo Vladimir Putin, fue un silencio altisonante. En definitiva, más allá de sus crímenes y su dogmatismo ideológico, se trata de quien impulso en el “Octubre Rojo” de 1917, el golpe de mano de los bolcheviques contra los mencheviques tras la caída del zar Nicolás Romanov, por lo tanto, el líder de la revolución que creó el primer socialismo en el mundo y también del creador de la Unión Soviética, máximo logro geopolítico del eterno imperialismo regional ruso.
A Vladimir Illich Ulianov, cuyo alias revolucionario es Lenin, se lo puede cuestionar y hasta aborrecer, pero no se lo puede ignorar. Su protagonismo histórico es demasiado grande para hacer de cuenta que no existió. Ningún otro ruso influyó tanto en el mundo con sus ideas, como lo hizo Lenin.
Mucho menos se puede ignorarlo por la razón que lo hace el actual autócrata ruso: haberle dado a Ucrania la categoría de República Socialista Soviética, por ende, haberla reconocido como una nación con derecho a un territorio y un estado.
Para el ultranacionalismo ruso Ucrania no es una nación ni un país, ergo, no tiene derecho a existir. Por eso los ultranacionalistas como Putin siempre lo acusaron de haber creado ese estado artificial al que Nikkita Jrushev le añadió, en 1954, los territorios que van desde Jarkov hasta Odesa y la península de Crimea, pasando por la rica región minera del Donbas.
Vladimir Putin no es comunista, pero no es eso lo que lo diferencia de Lenin. Tampoco repudia el totalitarismo que creó la ideología leninista y consolidó Stalin. Aunque encabeza un régimen autoritario, la autocracia de Putin no llega a ser totalitaria, si bien se acerca a la dimensión de la dictadura absoluta que es el totalitarismo.
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Lo que lo diferencia está en la concesión que hizo Lenin de una teórica igualdad entre Rusia y las restantes catorce repúblicas que integraron la URSS. Lo que se estableció en la constitución y las leyes sobre la relación entre las quince repúblicas que integraron la URSS, no se cumplió en la realidad. Durante las siete décadas que existió, Rusia fue el eje del poder soviético, imperando sobre las demás.
Dentro de la Unión Soviética, los estados con mayor peso fueron los que decidieron su disolución en 1991: las tres repúblicas eslavas Rusia, Ucrania y Bielorrusia. Mientras que, en la tríada eslava, era Rusia la que mandaba. Por eso la capital soviética era Moscú.
Pero no es esa la principal huella de Lenin en la historia mundial. Fue, antes que nada, el creador del totalitarismo comunista en el mundo, aunque no del autoritarismo en Rusia.
Desde los fundadores del estado surgido del Gran Ducado de Moscovia, hasta la actualidad, todos los gobernantes fueron autoritarios. Las únicas excepciones fueron el último gobierno de la URSS, encabezado por Mijail Gorbachov, y en alguna medida el que lideró en la independizada Rusia Boris Yeltsin.
Todos los regímenes fueron dictatoriales, pero el que creó Lenin fue la dictadura absoluta.
Lenin fue ideólogo, revolucionario y líder. Como ideólogo, diseñó el primer régimen comunista, ideando el sistema de partido único y concibiendo la explicación de por qué la primera revolución proletaria ocurría en un país cuasi feudal, como Rusia, en lugar de producirse en un capitalismo industrializado y avanzado, como el británico, tal como vaticinaba Marx.
Lenin planteó que el imperialismo era la última etapa del capitalismo y esto confería sobrevida al sistema económico de la metrópoli, porque podía alejar de ella la agudización de las contradicciones entre los intereses de clase.
La conjunción del régimen de partido único con la creación de la Checa, policía secreta que organizó Dzerzhinski en los tiempos del “terror rojo” y continuó el KGB, dieron origen al primer totalitarismo, la dictadura total en la que el individuo se disuelve en un colectivo, perdiendo derechos y garantías ante un estado omnipresente, que se supone omnisciente.
Ese fue el instrumento creado por Lenin para corporizar lo que Marx y Engels llamaron “dictadura del proletariado”, etapa final de la lucha de clases en la que desaparecería el Estado junto con lo que lo originó, según tomó de Rousseau el pensamiento marxista: la propiedad privada de los medios de producción.
El estado soviético desapareció, pero los de Rusia y demás repúblicas se reconfiguraron y siguen existiendo. La mayoría son autocracias de marcado despotismo, como la que encabeza Putin, el líder ruso que le dio la espalda a Lenin en el centenario de su muerte.