La vida real convirtió a Salman Rushdie en el más increíble exponente del género que América Latina bautizó “realismo mágico”. Esa corriente literaria que inició el cubano Alejo Carpentier bajo el nombre de “lo real maravilloso” y se potenció con García Márquez a partir de Cien Años de Soledad, tiene grandes exponentes, además de los mencionados. Pero a ninguno le ocurrió en la vida real lo que le ocurrió al exponente indo-británico del realismo mágico.
Uno de los personajes de la novela ficcional Los Versos Satánicos, salió de las páginas y lo encarceló en una prisión sin muros ni rejas. Y cuando creyó haber salido de aquella pesadilla porque sintió que la orden de asesinarlo que lo aprisionó en toda la faz del planeta era parte de un pasado que no regresaría, dos puñaladas le recordaron que no es libre y que, aunque sin rejas ni muros, está atrapado en la cárcel que uno de los personajes de Los Versos Satánicos construyó para aprisionarlo.
Ruholla Jomeini argumentó la fatwa que ordena a los musulmanes matar a Salman Rushdie en el lugar del mundo donde lo encuentren, diciendo que el escritor había ofendido al Islam y al profeta del Corán con esa novela. La fatwa es un fallo religioso que sólo pueden dictar las autoridades religiosas, en el Islam suní el imán y el muftí (jurisconsulto de la sharía) y en el Islam chií, el ayatola.
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En las páginas de Los Versos Satánicos hay personajes que claramente representan a protagonistas de la historia y la mitología del Islam. Uno de esos personajes, Gibreel Farishta, representa al arcángel Gabriel, que en la mitología islámico llevó a Mahoma en su caballo alado, Burak, a Jerusalén para orar junto a Jesús y Abraham en el templo del rey Salomón. El personaje que cae del avión estallado junto a Gibreel; Salahudin Chamchawala, representa al demonio. Y otro personaje central es Mahound, nombre con el cual los cristianos de la Edad Media llamaban despectivamente al profeta del Corán.
No son los únicos. También aparece una personaje con el nombre de Aisha, que fue la más joven de las esposas de Mahoma. Pero el personaje de la novela que realmente ofendió a Jomeini, es el clérigo piadoso que vivía en el exilio y desde allí impulsó una revolución religiosa contra el déspota que imperaba en su país y quería secularizarlo.
En la historia real, Ruholla Jomeini impulsó y organizó desde su exilio en París la revolución que derribó al shá Mohamed Reza Pahlevi, construyendo sobre los escombros de esa monarquía autoritaria una teocracia igualmente autoritaria: la República Islámica. Esa sería la verdadera razón de la fatwa que aquel líder espiritual justificó con la supuesta ofensa a los musulmanes.
A Salman Rushdie siempre le generaron conflictos los personajes reales que él envolvió con rasgos de ficción en esas novelas de exuberante fantasía y frondosa imaginación. En Hijos de la Medianoche, describió de manera irónica a Indira Gandhi. Los partidarios de aquella líder de la India lo consideraron un ataque hiriente y algunos incluso amenazaron con castigarlo si visitaba el país en el que nació y creció.
En su novela Vergüenza, el escritor que estudió en Cambridge y absorbió en Inglaterra valores occidentales como la libertad y el laicismo, también refleja a personajes reales de la historia de Paquistán como Zulfikar Alí Butho y el general Zia Ul Haq. Pero según el ayatola Jomeini, en Los Versos Satánicos los personajes ultrajados son los del Olimpo musulmán.
Lo que ofendió al fundador del régimen teocrático chiita en Irán es que el personaje que lo describe a él, cuando regresa del exilio para encabezar la revolución religiosa triunfante contra el despótico monarca, se convierte en un monstruo que devora a su propio pueblo.
El hecho es que ese personaje de la novela publicada en 1988, salió del libro y lo condenó en la realidad dictando la fatwa para que sea asesinado en cualquier lugar del planeta. Allí comenzó el encarcelamiento en la vida real que padece el gran creador de ficciones.
La fatwa pedía también el asesinato de los editores y de los traductores de la novela. Varios de ellos fueron asesinados, mientras casi medio centenar de personas murieron en manifestaciones para repudiar al autor.
Por eso Rushdie debió vivir en lugares secretos, protegido por Scotland Yard y oculto tras un nombre falso: Joseph Anton. Al nombre lo eligió por dos de los escritores que más admira: Joseph Conrad y Anton Chejov. Y con ese nombre tituló la novela sobre los años transcurridos a la sombra de la fatwa.
Lo curioso es que, en los últimos años, había iniciado una vida un poco más parecida a la normalidad. Las medidas de seguridad y el secretismo sobre sus movimientos se relajaron. Como si hubiera decidido decretar la inexistencia de los muros y rejas invisibles en los que había quedado encerrado por Jomeini.
Las propias páginas de la novela Joseph Anton, al describir su increíble cautiverio sin enclaustramiento como algo que ha quedado en el pasado, evidenciaba la sensación que se había apropiado de Rushdie. Como si hubiese desaparecido la desesperación que lo invadió al enterarse de la muerte de Ruholla Jomeini. Porque, en otro giro ficcional de la realidad atroz que le impuso la fatwa, Rushdie necesitaba que no muera el hombre al que aborrecía por el infierno en el que lo había atrapado. ¿Por qué? Porque a una fatwa sólo puede anularla la autoridad religiosa que la decretó. De tal modo, la muerte del ayatola iraní perpetuó el decreto religioso convirtiéndolo en un condenado de por vida.
La desesperación de estar atrapado en una realidad más ficcional que sus ficciones literarias, tal vez lo llevó al agotamiento moral y psicológico en el que creyó que podía decretar la anulación de la fatwa por su propia voluntad.
Por cierto, el tiempo alejando aquel fatídico año 1989, parece debilitar la sentencia. Pero cuando Rushdie empezó a actuar como si se hubiera liberado de ella, apareció el fanático que lo apuñaló para recordarle su condena.