Si me conceden el rol de espectador de esa formidable proeza de la comunicación, me animo, primero, a confesar mi admiración por el personaje, el profesional, el hombre de radio, en definitiva. Mario Pereyra fue uno de los grandes de la radiofonía argentina y el programa Juntos es un hito de audiencia nacional.
El día que se descubra el ADN de los cien años que le permitieron a la radio seguir tan vigente como en los primeros tiempos, es muy probable que muchas de esas células sean de la misma categoría que describen la faena de Mario durante toda su trayectoria.
Hacer una amistad y una alianza profesional con otro animal de radio como Rony Vargas, que perduro hasta hoy sin siquiera firmar un solo papel, habla de un personaje íntegro, sabio, sin dobleces.
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Percibo además que como casi todos los grandes de la historia, Mario supo rodearse de gente talentosa, con una percepción muy primitiva y al mismo tiempo infalible para descubrir quiénes son portadores del fuego sagrado que hay que tener para estar a su lado.
No encuentro otra palabra mejor que “olfato”. Eso que Mario tiene desarrollado al extremo, mucho más que cualquiera de nosotros, los periodistas por vocación, que hemos pasado por la facultad y, sin embargo, no aprendimos del todo a tocar esa fibra que te conecta con todas las personas.
Es un fenómeno por ahora indescifrable. En el auge mundial de las redes, de TikTok, de todo lo instagrameable, que haya alguien como él, en la curva final de su existencia, que le hablara con la misma claridad a todas las capas sociales: el ama de casa, el trabajador, el estudiante, el dirigente social, el gobernante, el profesional y el científico.
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En realidad, ahora no sé si él tocaba como el director de orquesta todas las notas que le interesan a cada integrante de la sociedad. Pero sí estoy seguro que cada uno de ellos, o bien lo escuchaban alguna vez, o se enteraban que en su programa lo habían dicho.
El creador de la fórmula radial que se escucha en buena parte de la Argentina no era una figura inmaculada, claro está. En definitiva, una persona de carne y hueso como cualquiera de nosotros.
Y ahí está una parte del éxito de su inmensa audiencia. Lo escuchaban los que aplaudían sus opiniones y sentencias a favor del orden, del respeto a las instituciones, a la iniciativa privada y al libre mercado, a la admiración y defensa de las Fuerzas Armadas, y los que no compartían ese abanico de ideas.
Lito Quinteros, el gran genio de la puesta al aire de Juntos, siempre lo chicaneaba con la muletilla “peronista igual que yo”. Mario no simpatizaba con la doctrina justicialista, pero hizo las cosas de tal modo que muchos peronistas pusieran el dial en el 700 de la AM.
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Mario se ganó todos los repudios habidos y por haber cuando entrevistó en televisión al represor Luciano Benjamín Menéndez y lo trató de “mi general”, sin advertir el juicio de la historia de ese genocida que murió con las manos manchadas de sangre.
Nadie es perfecto. Y en lo personal yo me quedo con el conductor, disfrazado de locutor, pero con un tremendo olfato de periodista, que le dijo a Mauricio Macri, de quien era un firme aliado, “presidente, si usted sigue gobernando así, pierde las elecciones”. Y una vez más Mario no se equivocó.
Lo despido con mi gran admiración. Cuando me enteré que lo internaron por segunda vez junto a Estela, su esposa, y que su estado era muy complicado, dije al aire que no siendo yo un hombre creyente, ponía toda mi alma, corazón y espíritu para que saliera adelante.
Adiós Mario Pereyra. Sigo haciendo fuerza por Estela, mucha fuerza para su hija y nietos, y mucho coraje para tus compañeros en la radio más escuchada.