Hace algunas semanas recibí un mensaje en el que no reparé lo suficiente hasta que la vuelta al trabajo me obligó a repasar viejas notificaciones. El contenido, de unas 500 palabras, explicaba la razón por la que una persona decidía abandonar WhatsApp.
Imposible, diría si tengo que responder rápido.
La persona que envió el mensaje está muy ligada a la tecnología y, entonces, la relevancia que toma es otra.
¿Cómo no estar en los grupos de trabajo? ¿Cómo no ser parte de los grupos de padres? ¿Cómo no ser parte de los grupos de amigos? Primera conclusión personal: no es posible desinstalar WhatsApp.
Pero vamos a la mentada “despedida”: “¡Hola! Después de muchos años de ayudarme en mi comunicación diaria, a estar en contacto con los que más quiero y a seguir a mis contactos de trabajo, WhatsApp se terminó convirtiendo en una pequeña pesadilla cotidiana.”
El que lo escribe es Juan Manuel Lucero, líder del News Lab de Google.
Es probable que ya de arranque haya algo que todos hemos sentido alguna vez. Esa sensación de estar conectado las 24 horas que, a veces, puede ser agobiante.
¿Hace cuánto tiempo que no mantenemos una conversación sin que un mensaje nos interrumpa, nos interpele, nos distraiga? ¿Hace cuánto que el celular, con la aplicación que sea, no ocupa el tiempo del silencio?
Hagamos una prueba: cronometremos el tiempo que podemos estar sin contestar un mensaje, sabiendo que tenemos una notificación. Poco, ¿no?
Sigue Juan Manuel Lucero: “Hace unos meses comencé a pensar qué era lo que estaba impidiéndome estudiar, leer, concentrarme. No tuve –la verdad– que pensar demasiado. La respuesta estaba frente a mí… en mi mano, a decir verdad. Decidí a principios del año irme de algunos grupos, después de otros, hasta que solo quedaron dos o tres. Comencé sin darme cuenta a tardar en responder, a olvidarme de algunos mensajes y dejar de cumplir con la necesidad contemporánea de comunicación en tiempo real.”
La conclusión es contundente: “Así que hoy comienzo la fase final de este experimento: dejar WhatsApp y estar a disposición a partir de hoy por mail o por teléfono. Eso no significa que vayamos a perder el contacto, en absoluto, sino que cambiaremos el canal de comunicación: mail o teléfono (el número sigue activo, solo sin WhatsApp) si se necesita.”
Sergio Legaz, español, librero y autor de la obra Sal de La Máquina, asegura que tenemos derecho al aburrimiento. Afirma que el teléfono inteligente “es un objeto que acapara toda tu atención, todo tu interés y lo peor de todo es que te obliga a dejar de lado todas las otras cosas.”
En su libro invita a probar algunas experiencias como desconectarnos durante la cena. Que ese momento sea sin teléfonos en la mesa, que el smartphone no se transforme en un cubierto más.
Asegura además que los beneficios de tener una hora, dos o tres de soledad o encuentro con otros, es absolutamente superador a “sustituir nuestros propios contenidos mentales y vitales, como recuerdos, imaginaciones, sentimientos y vivencias, por contenido multimedia de origen externo, cocinado por otros.”
Hagamos otras pruebas:
–¿Somos capaces de ir a comprar pan sin llevar el celular en la mano o en el bolsillo?
–¿Apagamos el celular a la noche para dormir?
–¿Dejamos mensajes sin contestar?
–¿Podemos mantener una reunión sin mirar el celular?
–Si nos quedamos sin batería, ¿esperamos volver a casa para cargar?
Si la mayoría de las respuestas es “no”, quizás deberíamos empezar a preocuparnos.
La decisión de irse de WhatsApp puede parecer exagerada, pero la idea de que estamos demasiado conectados parece acertada.
Por ahora, el experimento social está siendo exitoso. Juan Manuel aún no volvió a usar la App. Quizá deberíamos encontrar opciones intermedias de usar la tecnología a nuestro servicio. Aunque parezca un lugar común: si la tecnología nos esclaviza, algo estamos haciendo mal.
En lo personal, por ahora, me falta valentía para dejar WhatsApp pero intentaré estar más presente en cada lugar y respetar cada conversación hasta que se termine sin necesidad de mirar cada cinco segundos el celular para ver si tengo alguna notificación pendiente.
Y si llego a un segundo paso, me voy a animar a aburrirme sin necesidad de mirar una pantalla para entretenerme.