Que en el Congreso tumbaran la reforma tributaria que impulsó Gabriel Boric, es una señal preocupante. La zancadilla legislativa hace trastabillar todo el plan de gobierno del actual presidente, porque lo que esperaba recaudar con impuestos a las grandes fortunas, se iba a financiar la ampliación de los sistemas de pensiones, salud y educación.
La propuesta de políticas destinadas a generar equidad social fue protagónica en la campaña electoral y, por ende, ha sido aprobada por las urnas que proclamaron ganador el joven activista estudiantil que se convirtió en presidente. Y la reforma tributaria que acaba de ser derribada en la Cámara de Diputados en modo alguno puede considerarse hostil al capitalismo y la economía abierta. No había en ella rasgos de radicalización ni ideologismos reñidos con la lógica económica. Incluso la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) elogió el plan que había presentado Boric, calificándolo de factible y explicando los efectos positivos que tendría.
La caída de esa reforma también tuvo que ver con enfrentamientos entre líneas internas del oficialismo. Pero principalmente están los sectores conservadores apegados a ortodoxias que parecen dispuestos a hacer todo lo posible por el fracaso de Boric y del primer gobierno que incluye en la coalición al Partido Comunista desde el gobierno del Frente Popular que encabezó Salvador Allende.
El primer gran traspié de Boric fue el fracaso de la nueva constitución. En ese caso, fueron los excesos de algunos constituyentes los que produjeron una carta magna con demasiados rasgos controversiales. Pero no este caso, más que rasgos controversiales en la reforma propuesta lo que hubo fue voluntad manifiesta de tumbar todas las iniciativas de Boric, para hacer fracasar su gobierno.
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No sería la primera vez que gobernantes progresistas moderados son difamados como “comunistas” con planes para destruir el capitalismo y colectivizar toda la producción. Detrás de esa descripción falaz, viene la embestida para derribar el gobierno difamado.
Al presidente Arturo Illia no lo acusaron de comunista, sino de ser una “tortuga” que no avanzaba y que hacía todo mal. Por detrás de esa campaña difamatoria, estaban las grandes compañías farmacéuticas cuyos intereses fueron tocados por una de las políticas del mandatario radical. Pasaron muchas décadas y muchos gravísimos desastres hasta que el país comprendió que Illia no era una tortuga que no avanzaba ni era un mal presidente.
Otro estropicio que registra la historia fue el sangriento derrocamiento del presidente guatemalteco Jacobo Arbenz en 1954.
La compañía bananera United Frut, que ponía y sacaba dirigentes caribeños de acuerdo a sus intereses, logró que cierta prensa norteamericana convenciera al gobierno norteamericano y a la clase dirigente que Arbenz era comunista y pretendía convertir a Guatemala en una cabeza de playa del comunismo soviético en Latinoamérica.
La CIA organizó y ejecutó los ataques militares que derribaron al gobierno de Jacobo Árbenz y crearon la dictadura del coronel Castillo Armas.
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En distintos grados y contextos, Árbenz y Arturo Illia intentaron reformas de un progresismo racional que nada tiene que ver con el populismo ni con el comunismo. Si ambos presidentes hubieran completado sus mandatos y alcanzado las metas propuestas, la historia subsiguiente habría sido menos truculenta y extraviada.
Con tanto trágico desvarío provocado por considerar izquierdismo radicalizado a un reformismo nacional y necesario, diseñado por pensamientos pragmáticos y no por ideologismos ni dogmatismos, Latinoamérica ya debiera saber a qué conducen los bloqueos a gobiernos progresistas que, como el de Gabriel Boric, no son ni populistas ni comunistas ni adhieren a liderazgos mesiánicos y autoritarios.
Habrá llegado desde las trincheras estudiantiles que levantaban barricadas contra los carabineros. Pero desde que se convirtió en legislador, Boric giró hacia posiciones de centroizquierda socialdemócrata. En ese andarivel transitan, al menos hasta ahora, sus iniciativas como presidente. Por eso es una mala señal que su reforma tributaria haya sido derribada en la cámara baja.