Los muertos que acumula la represión a las protestas son tantos, que ya hay fiscales borroneando potenciales denuncias contra la presidenta por “genocidio”.
A las cifras de por si abultadas, la represión sumó 17 muertes en la ciudad de Puno, donde el estado de efervescencia social fue respondido con toques de queda y con la militarización.
¿Cómo se explica semejante estado de rebelión en la sociedad desafiando feroces represiones? Porque existen razones para el hartazgo social que está reclamando en las calles la renuncia de la jefa de Estado, así como nuevas e inmediatas elecciones presidenciales y legislativas.
Al hartazgo lo provoca no sólo el arribismo desembozado que perciben en Dina Boluarte, la vicepresidenta de Pedro Castillo, que lo reemplazó tras el impeachment que sacó de la presidencia al docente rural que la ocupaba. También lo provoca el salvajismo político con que actúa desde el Congreso la partidocracia atomizada que, en los últimos años, de manera sistemática, ha obstruido la gobernabilidad y ha tumbado presidentes.
Tiene lógica que, en la percepción de gran parte de la sociedad, el Congreso sea una causa significativa de los brotes sicóticos que mantienen al Perú en estado de convulsión permanente. También es lógico que vean en Dina Boluarte a una impostora sin legitimidad popular para gobernar, aunque en términos institucionales su legitimidad sea incuestionable.
Pero la escalada en Puno podría ser síntoma de otra situación. En el gobierno peruano, pronto empezarán a hablar de la sombra de Evo Morales en el sureste del país. Ocurre que el ex presidente boliviano lleva tiempo impulsando proyectos que involucran todo el sur de Perú, como el establecimiento de un tren que vaya desde el Atlántico al Pacífico, uniendo el puerto de Santos, en Brasil, con la costa peruana, pasando por el norte de Bolivia.
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También está Runasur, palabra compuesta por el término quechua “runa”, que significa hombre, y la sigla del foro Unasur, que da nombra al proyecto de crear una Sudamérica plurinacional desde un organismo que articule los movimientos sociales.
En las órbitas políticas de Lima hay quienes hablan de un proyecto vinculado a la producción cocalera, que incluye fomentar el separatismo del sur peruano.
El ex presidente boliviano lleva tiempo desarrollando una intensa actividad proselitista en esa parte del Perú. Y Puno es uno de los puntos más visitados por Evo Morales.
Esa ciudad de poco más de cien mil habitantes, está sobre la costa del Titicaca, el inmenso lago natural que comparten Perú y Bolivia.
La población que rodea al Titicaca, tanto del lado peruano como del boliviano, es mayoritariamente de la etnia aimara. En poblaciones costeras del gran lago suelen aplicarse las leyes ancestrales de los aimaras, a veces entrando en abierta confrontación con las leyes seculares de ambos países.
El origen étnico del sindicalista cocalero que gobernó Bolivia, es uru-aimara, lo que podría servirle a su presunto proyecto de profundizar su influencia en el sur peruano para generar allí una rebelión secesionista con el objetivo de integrarlo a través del norte de Bolivia.
No está claro que ese plan exista, pero resulta evidente el proselitismo de Evo Morales en el Perú, donde impulsa abiertamente el reclamo de que Pedro Castillo sea puesto en libertad y que Dina Boluarte deje el cargo de manera inmediata. Precisamente por ese activismo, el gobierno peruano le prohibió ingresar al país.
La turbia injerencia del líder izquierdista boliviano no implica que el gobierno de Dina Boluarte tenga razón en la cruenta represión contra las masivas y persistentes protestas. Lo que implica es el crecimiento de una espiral de tensiones que podría desembocar en un conflicto entre Perú y Bolivia, si el gobierno que preside Luis Arce no logra contener a Morales, en virtud del peligro que entraña su activismo en país el vecino.