“Hola, sí nos comunicamos del banco donde usted cobra su jubilación. No la escucho bien, señora…
Bueno capaz que es el barbijo y el ruido de la gente. Qué gentío y más con todo esto que está pasando, no?
Vio lo de Ecuador, ¡Dios mío! ¿Dónde iremos a parar?
Bueno, no la quiero entretener. El motivo de nuestra llamada era para informarle que este fin de semana vamos a abrir nuestras puertas para que usted, si hoy no pudo, mañana pueda contagiarse tranquilamente.
Sí señora, me imagino lo que debe ser estar ahí y más si ustedes la mayoría son gente grande y de riesgo, qué barbaridad.
Mire, para darle tranquilidad le cuento algo, yo escuché por acá que las autoridades van tomar medidas.
Vio a Oscar, el vigilante de la puerta ¿lo ubica? Bueno, a ese le van pegar un boleo en el traste porque nunca avisó que venía tanta gente a la sucursal.
Son de cuarta, mire. Se la pasan chicheando y cuando se necesitan datos estadísticos sólidos para una situación tan delicada no son capaces de aportar soluciones.
¿Señora? Hola, señora… Señora, ¿se encuentra bien?...
Señora, le voy a pedir que no me tosa por teléfono porque me da cosita, deme un segundo que me aplico desinfectante en el teclado.
¡Usted no sabe! Alto trauma tengo con esto. Todo el mundo en casa y yo acá trabajando. Bueno, señora le voy a recordar las vías de comunicación para que se conecte con nosotros ante cualquier duda.
Si puede me pasa su mail. Ah, no tiene mail. Qué pena. Y tampoco, veo por el sistema, va al cajero automático.
Nunca en tantos años… Mire usted. Estoy viendo que cumpleaños el mismo día que mi abuelo. Anda con un miedo el viejo con todo esto. Me pide a mí que le saque la plata de la jubilación por si todo se va al cuerno…
Señora…
Señora… la dejo con una encuesta para ver si está conforme con el servicio”.