El mejor programa del domingo a la tarde era pegar la oreja a la radio para escuchar al Turco Wehbe. No importaba el partido, sólo era una excusa para viajar con las emociones que despertaban su relato.
Los domingos a la tarde siempre estuvieron teñidos de nostalgia. Una mezcla del fin de semana que terminaba y el peso de la semana que llegaba inexorablemente. Solo el recreo que proponían sus palabras lograba levantar el ánimo de un adolescente al que no le gustaba ir a la escuela.
La emoción era aún mayor cuando el relato lo escuchabas arriba del auto. Mi papá siempre se encargaba de acomodar el viaje de vuelta del campo para que coincidiera con el relato del Turco Wehbe. Siempre me llamó la atención ese fenómeno: la conjunción de escuchar un partido en pleno viaje despierta sensaciones que erizan la piel.
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No tuve la suerte de conocerlo personalmente. Sólo nos saludamos varias veces de pasada cuando nos cruzábamos en el sector de prensa de varios estadios. Su figura era muy fuerte para romper el hielo con un apretón de manos, pero su mirada cálida te demostraba que era de las personas que le dan importancia al saludo y se toman el tiempo para mirar a la cara y abrazar con los ojos.
Sus palabras tenían más nitidez que muchas transmisiones de televisión. Su relato era realismo mágico hecho fútbol. Su grito de gol emocionaba a cada oyente.
A mi viejo nunca le gustó mucho el fútbol, pero cuando yo era chico me llevaba a la cancha. Sabía que me gustaba ver de cerca a los jugadores. En la tribuna había dos cosas que le despertaban una sonrisa: ver mi cara de emoción al lado del alambrado y escuchar los relatos de un verdadero mago de la palabra.
El mejor legado que puede dejar una persona es que lo recuerden como un buen tipo. Seguramente Osvaldo Wehbe lo fue y así se encargaron de despedirlo sus amigos, compañeros, colegas y miles de oyentes.
Su compañero Jorge Parodi, otro mago de la palabra que admiro mucho por su costado profesional y personal, lo definió de la mejor manera: “Osvaldo padece un crónico problema anatómico: tiene la garganta conectada al corazón y viceversa. Su verdadera vocación era emocionar, llegar a lo más profundo de nuestra sensibilidad con la excusa de narrarnos un simple partido de fútbol”.
Se fue Osvaldo y con él se fueron muchas cosas de mi infancia. Desde hoy, la radio no tendrá a quién mejor la trate. Te vamos a extrañar Turco.