Si las cosas salían como calculaba Vladimir Putin, en las primeras 48 horas de la invasión el gobierno ucraniano habría colapsado por presión de los militares y el presidente ruso habría tenido que decidir si anexar toda Ucrania, o recortarle el Este y el Sudeste convirtiendo el resto en una suerte de Puerto Rico, o sea un “Estado libre asociado”, colocando en la presidencia a Viktor Yanukovic o algún otro dirigente pro-ruso. Si las cosas salían como calculaba Vladimir Putin, en las primeras 48 horas de la invasión el gobierno ucraniano habría colapsado por presión de los militares y el presidente ruso habría tenido que decidir si anexar toda Ucrania, o recortarle el Este y el Sudeste convirtiendo el resto en una suerte de Puerto Rico, o sea un “Estado libre asociado”, colocando en la presidencia a Viktor Yanukovic o algún otro dirigente pro-ruso.
Las cosas no salieron como las había calculado Putin. Por eso ahora, para lograr esas mismas metas, el ejército invasor deberá continuar recorriendo el sangriento camino hacia la conquista de las principales ciudades ucranianas. Un camino en el que va sufriendo muchas bajas y perdiendo muchos tanques y armamentos pesados y livianos.
Al camino más corto lo encontró bloqueado por un ejército local que no aceptó conspirar para derrocar ni asesinar a Volodimir Zelensky, ni se desbandó al ver traspasar las fronteras una fuerza militar inmensamente superior. Por eso Putin marcha por el camino más largo. Ese camino en el que las demoras que le causa la resistencia ucraniana puede potenciar el efecto de las sanciones económicas y el aislamiento de Rusia.
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Todavía es posible que el jefe del Kremlin logre sus metas, pero como ya está pagando un precio más alto que el esperado, dio señales de estar dispuesto a detener la guerra de inmediato si Zelensky acepta exigencias como reconocer a Crimea como parte de la Federación Rusa y aceptar la independencia de Donestk y Lugansk, además de reformar la Constitución ucraniana para que se declare un país neutral, posiblemente renunciando a tener fuerzas armadas.
Si Zelensky en las próximas horas o mañana dice “sí, acepto”, entonces Putin detendría en el acto la maquinaria militar que está produciendo una catástrofe humanitaria. En ese caso, el líder ruso habría renunciado a sus aspiraciones de máxima, esas que podría haber alcanzado si el ejército local, en lugar de resistir la invasión, hubiera derrocado a su presidente para evitar una guerra.
El tema es que lo reclamado por Putin para detener inmediatamente su feroz ofensiva, es la capitulación de Ucrania. Y éste no parece aún el momento para que se dé por vencida una resistencia que ha logrado causar muchas bajas y pérdida de material bélico al invasor, demorando además la conquista de las grandes ciudades.
Por el alto precio que tiene la demora en alcanzar las metas, es posible que Vladimir Putin acepte una salida negociada, en tanto y en cuanto le permita mostrar a los rusos algo que se parezca a una victoria. A su vez, por el alto precio en vidas y en destrucción que está pagando Ucrania, y porque la resistencia ucraniana está logrando demorar, pero no ha pido revertir ni detener el avance ruso, Zelensky tiene necesidad de sentarse a negociar.
En la negociación ninguna de las partes puede exigirle a la otra nada que se parezca a una capitulación total. Ni Zelensky puede exigir una retirada total de las fuerzas invasoras a cambio de nada, ni Putin el reemplazo del gobierno democrático ucraniano por un régimen títere de Moscú que acepte los recortes territoriales que reclame el jefe del Kremlin.
Si aún es posible recobrar cierto grado de sensatez, Putin deberá aceptar una Ucrania independiente, soberana y democrática; mientras que Zelensky deberá aceptar que Donestk y Lugansk ya están perdidos para Ucrania, porque su población mayoritariamente quiere separarse.
Ucrania debe renunciar a esa parte de la región del Donbass y también debe renunciar a incorporarse a la OTAN, a cambio de que Rusia la reconozca como Estado de una Nación y se comprometa a no volver a agredirla jamás.
En todo caso, Zelensky podría intentar la soberanía compartida sobre Crimea, o la restitución a Ucrania de una parte de esa estratégica península sobre el Mar Negro.
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La agresión rusa es repudiable. La justificación alegada por el Kremlin e inculcada como adoctrinamiento en la sociedad rusa, es una patraña inaceptable. Pero el objetivo de castigar a Putin por la catástrofe causada choca contra las catástrofes aún mayores que el presidente ruso estaría dispuesto a provocar si lo acorralan contra la derrota.
El poder del presidente ruso no sólo está en los arsenales nucleares de su país sino, principalmente, en su disposición de utilizarlos.
El mundo encuentra hoy en Rusia lo que encuentra desde hace medio siglo en Corea del Norte. El régimen de la dinastía Kim no posee vastos arsenales nucleares, pero a sus misiles atómicos los líderes siempre han estado dispuestos a usarlos aunque implique un suicidio para su propio Estado y su propio pueblo.
El verdadero poder es la demencial disposición a la inmolación en un holocausto causado.
Por eso a Putin habrá que ofrecerle una salida. No se lo puede acorralar contra la derrota. Si la resistencia ucraniana demora la victoria rusa lo suficiente como para que las sanciones económicas occidentales empiecen a doler en Rusia, entonces al presidente ruso hay que ofrecerle algo a cambio de que permita una Ucrania totalmente soberana y democrática. Ese “algo” es la separación de Donestk y Lugansk, negociar formas de soberanía compartida sobre Crimea y la renuncia ucraniana a incorporarse en la OTAN.
Si a cambio de esas concesiones, obtiene un compromiso de no volver a atacar jamás a Ucrania ni volver a interferir en sus asuntos internos, Zelensky habrá logrado mucho en esta guerra que le impuso el déspota ultranacionalista ruso.