La excepcionalidad y gravedad de una circunstancia resalta la importancia de los ministerios. La pandemia de covid19 entronizó a los ministros de Salud en el mundo entero. Ellos fueron, para bien o para mal, los mariscales de la primera línea de combate a la amenaza mayor sobre las sociedades. Que Brasil cambiara varios ministros de Salud en plena pandemia fue una clara señal de que Jair Bolsonaro era un presidente inadecuado.
Por la misma razón, cambiar un ministro de Defensa en medio de una guerra suena a cambiar de caballo en la mitad del río. Por eso el relevo del ministro de Defensa en Ucrania se convirtió en titular de los diarios europeos y de América del Norte.
El cambio de ministro en plena ofensiva ucraniana para recuperar territorios en el sur, es un acontecimiento revelador porque, además, el funcionario saliente es Oleskii Reznikov, quien se había destacado organizando la defensa de Kiev en el comienzo del conflicto.
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Cuando interminables columnas rusas de blindados y transportes de tropas ingresaron desde Bielorrusia, avanzando directamente hacia la capital por la ruta que pasa por Chernobyl, o sea por el camino más corto, el mundo entero pensó que Ucrania quedaría en manos de Vladimir Putin en sólo un puñado de días. Pero el esquema de defensa organizado por Reznikov fue eficaz, doblegando a los invasores y obligando al Kremlin a replegarse hacia el Este, reformulando todo el plan de guerra.
Nadie pensaba por entonces que ese ministro de Defensa, que sumó luego la reconquista de Jarkiv y la resistencia en Bajmut a sus méritos como jefe de las fuerzas militares, podía caer como una hoja días antes de llegar el otoño a Ucrania. ¿Cuál fue la causa de esta sísmica remoción? La necesidad de enviar a las potencias de Occidente una señal clara de que Volodimir Zelenski acabará con la corrupción.
Los países que integran la OTAN están financiando la lucha de los ucranianos contra la potencia que los invadió. A esta altura, han aportado miles de millones y sus sociedades cada vez presionan más para que cese esa ayuda que, en definitiva, sale del bolsillo de los ciudadanos europeos y norteamericanos. Por eso la intolerancia hacia la corrupción va creciendo también.
En Ucrania, como en los demás países ex soviéticos, la corrupción es endémica. Y en el marco de una guerra, crece como un tumor en torno a las millonarias compras de material bélico que sostienen el aparato militar.
En ese punto estaba fallando Olekseii Reznikov. La corrupción había adquirido una visibilidad obscena en la administración de las comprar e inversiones en la estructura militar. Zelenski se resistía a ceder ante sus poderosos aliados, por la relevancia de Reznikov y por lo que implica cambiar un ministro de Defensa en medio de una guerra. Pero la lentitud de la tan anunciada gran ofensiva de Ucrania y sus visibles dificultades para romper la llamada “Línea Surovikin”, formidable sistema de fortificaciones, trincheras y terrenos minados que erigió Rusia para blindar los territorios que ocupa en el Este y el sur de Ucrania, volvieron vulnerable a Reznikov a una reforzada presión de los aliados contra la corrupción en el gobierno de Zelenski.
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Los países que financian una de las partes en una guerra, no toleran que la corrupción se nutra con esos fondos. En la guerra de lo mujaidines contra la invasión soviética de Afganistán, los países que sostenían la resistencia afgana (monarquías árabes y potencias occidentales) no toleraron la corrupción de los comandantes locales que se quedaban con buena parte de lo que recibían. Por eso todos aceptaron la sugerencia saudí de poner cono tesorero de la resistencia afgana a un fanático religioso que también era millonario. Ese rico ultra-islamista era Osama Bin Laden, por lo tanto, aquella solución (muy eficaz para eliminar la corrupción de los jefes mujaidines) trajo otros problemas, incluso más graves y globales.
El ejemplo ilustra el caso ucraniano. Pero Zelenski no sólo dio una señal tranquilizadora sobre el destino de sus fondos a las potencias que financian su maquinaria de guerra. También les dio un mensaje sobre sus planes en el conflicto. Cada vez son más los funcionarios europeos que sugieren a Zelenski sentar a negociar el final del conflicto, aceptando que no podrá recuperar la totalidad del territorio.
Las sugerencias de este tipo coinciden en señalar a Crimea como la pieza territorial irrecuperable, que Ucrania debe resignar para que esta guerra acabe de una vez. Pues bien, la respuesta de Zelennski es el nombramiento del nuevo ministro de Defensa: Rusten Umerov.
Además de ser un funcionario con fama de incorruptible, Umerov es un tártaro de Crimea. O sea no es de raza eslava ni cristiano ortodoxo como la gran mayoría de los ucranianos, sino musulmán de raza turcomana.
Los tártaros han tenido guerras con los rusos desde que Pedro I en el siglo XVII y Catalina II en el siglo XVIII atacaron los kanatos que poblaban la Península sobre el Mar Negro y las tierras que se extendían al norte del Mar de Azov.
Desde la ocupación y anexión a Rusia en el 2014, los tártaros de Crimea han estado siendo deportados y corridos mediante limpieza étnica, por rechazar a la autoridad rusa. Por eso el nombramiento de Umerov como ministro de Defensa es un mensaje de Zelenski a sus aliados europeos: Ucrania no va a resignar Crimea. Por el contrario, va a priorizar su reconquista.