Cuando era chico quería ser Batman. Era mi superhéroe preferido. Quizás porque era de carne y hueso como nosotros. Recuerdo que en la casa de mi abuela había una escalera que daba hacia un patio enorme y que yo me deslizaba por el pasamanos de caño redondo como si fuera el batitubo. Después corría hasta una pieza donde guardaban trastos viejos. Ahí me había hecho la baticueva. Me ponía la máscara y la capa y salía a salvar el mundo. Mi mundo al menos.
Crecí con la idea de superhéroes que podían cambiar el mundo. Hacerlo mejor. Menos injusto. Más humano. En el camino algunos me dijeron que es una idea que los yanquis nos metieron en la cabeza, pero no resultó cierto. O al menos lo fue a medias. Homero escribía sobre Ulises o Aquiles como superhéroes. Y está el mismo Dios que es alguien que nos puede salvar a todos. O su hijo, el Mesías. Y en Argentina los tenemos a San Martín, a Rosas, a Roca, a Yrigoyen, Perón, Maradona, Messi, Favaloro. Depositamos en ellos todas nuestras ansias y nuestras frustraciones y creemos que se van a poner la capa y la máscara y van a salvar el mundo.
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Ya no tengo esa idea mesiánica de la vida. Desde hace un tiempo creo que Batman solo puede hacer bastante pero no más que eso. Que los mesías necesitan de apóstoles que los acompañen, que los protejan, que les den ideas, que banquen las horas de debilidad; necesitan de un pueblo que los siga, que les preste atención, que los respalde, que muestre firmeza de convicciones pero que también los advierta, que los controle y que los juzgue de ser necesario. No hay Maradonas sin los Bilardo, los Burruchaga, los negro Enrique. No hay Messi sin los Iniesta, los Xavi. No hay mesías sin fieles, ni cantantes populares sin público ni presidentes sin pueblo.
En aquel juego de mi infancia, yo, el Batman de Santa Rosa de Calamuchita, estaba siempre solo, peleando con enemigos imaginarios a los que les ganaba siempre, respaldado por gente imaginaria también que siempre confiaba en mí. En esta vida real, eso ya no es posible. En esta vida de todos los días los héroes de carne y hueso se resfrían, envejecen, nos ilusionan, nos complacen, o nos fallan.
Esta columna fue publicada en el programa Córdoba al Cuadrado de Radio Suquía – FM 96.5 – Córdoba – Argentina.