Solo en la isla a la que llegó después de naufragar, Robinson Crusoe nada hasta el barco a buscar provisiones y materiales para empezar sus largos 28 años de supervivencia en el lugar.
Más de un experto literario ha destacado que esa nave hundida cerca de la costa ayuda mucho a más al autor Daniel Defoe que al solitario Robinson.
El escritor puede hacer ir a su protagonista para que la estadía en un sitio aparentemente no habitado tenga verosimilitud.
El barco que ayuda más a Defoe que a Crusoe tiene una similitud, literaria y no literaria, con el Estado argentino.
Es como algo que está ahí para que algunos puedan valerse de sus recursos, muchas veces sin dar un par de brazadas.
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No es a los náufragos a los que asiste sino más bien a los cómodos autores del libreto.
Asistimos a otro ejemplo. Enésimo ejemplo. Que por repetido no deja de ser escandaloso y grave.
Lo que hizo la titular del Inadi, Victoria Donda, según ella misma admitió de manera parcial, no es otra cosa que ir a servirse de recursos públicos para resolver cuestiones personales.
Una empleada doméstica sin regularizar durante años, un reclamo y una solución: te doy un puesto estatal para que ceses tu demanda.
Defoe no encontraba en la isla lo que Robinson necesitaba para vivir y lo hacía ir al barco. Como recurso literario, una maravilla.
A Donda no se le ocurre mejor idea que resolver sus inconductas cívicas que apelar a la repartición que ella tiene a cargo. Como política pública, una tragedia.
Una tragedia incrustada en la historia argentina. El Estado es ante todo el encargado de resolver los problemas de los que ocasionalmente lo administran.
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Con cargos, subsidios, prebendas, créditos, beneficios, asistencias de todo tipo, amoldadas cada una al sector social al que pertenezca el beneficiado.
Donda va, y con toda naturalidad, saca de una caja pública como si fuese de ella.
Pero eso que termina en escándalo parece ser una constante de funcionarios de todos los niveles y fuerzas políticas que no logran distinguir lo público de lo propio.
Es muy repetido que personas que desempeñan tareas particulares para un funcionario tienen un puesto en el Estado con el cual le pagan por esa actividad privada.
De tan repetido parece natural. Hasta que aparecen las Donda o los Jorge Triaca, el ministro de Trabajo de Mauricio Macri que siguió un camino muy similar al de la actual titular del Inadi.
Los que ayer pedían la lapidación pública del funcionario macrista hoy guardan un poco respetuoso silencio. Y viceversa.
Sacan pero no aportan
Y todo está pésimo desde el origen. Es increíble ver cómo funcionarios públicos que cobran el sueldo de lo que se recauda de impuestos y contribuciones hacen un esfuerzo enorme por no pagar esas obligaciones tributarias. Una especie de serruchar la rama en la que están sentados.
Eso lo vemos en repetidos casos. Los jueces que están al tope de las remuneraciones públicas no pagan impuesto a las Ganancias. Cristina Fernández tampoco paga ese impuesto en las dos pensiones que recibe más el sueldo de vicepresidenta.
Es como si creyeran que esos fondos que le depositan cada vez llegasen a sus cuentas bancarias por una gracia divina.
Pero después de esa elusión, viene la confusión que es madre de buena parte de nuestros males: el concepto del Estado como botín del que lo administra.
Metamos mano y después vemos. Y el después vemos es que no hay forma de financiar tanto despilfarro. Los resultados están más que a la vista en el funcionamiento de la economía.
El empleo público crece a una tasa muy superior a la del crecimiento poblacional.
Si seguimos así nos es que Defoe no va encontrar más nada para sacar del barco, sino que a Robinson se le va a hundir hasta la isla.