Un partido de fútbol se suspende porque los jugadores se agarran a las piñas. Una discusión de tránsito termina con una persona herida. Una manifestación de personas caminando muta a enfrentamiento y destrozos. Un adolescente termina internado porque una patota lo muele a golpes.
En ese contexto, ¿debemos sorprendernos porque dos estudiantes de segundo año de un colegio de Córdoba se pelean frente a su profesora dentro del aula?
Aceptemos por un momento que ya no nos genera sorpresa ver un video donde dos niñas se atacan físicamente. Por una razón sencilla: lo que pasa en el aula es un reflejo de lo que sucede en la sociedad, donde el diálogo se ha reemplazado por la violencia.
Sin embargo, el mayor impacto quizás es porque la escuela representa en nuestro imaginario colectivo el lugar que salva, el espacio donde se construye la convivencia y no el enfrentamiento. La suponemos como un oasis, donde no sólo se transmiten conocimientos sino que se establecen reglas de convivencia, sociabilidad e inserción a la comunidad. Y quizás por eso le exigimos tanto, le pedimos que nos ayude a formar a nuestros hijos sin comprender, a veces, que la educación es una construcción social donde la escuela sólo es una parte.
“Sería muy esperanzador que dejemos de pensar que la escuela tiene a los educadores y que en casa están las madres y los padres como si no fueran parte de eso y que podamos integrar el concepto de educadores e incluir en ese concepto la escuela y la familia”, explica la licenciada Silvina Ferreyra, especialista en terapia familiar quien agrega que “la cultura se hace en relación a las conversaciones que habitamos, entonces si estamos en una sociedad donde las conversaciones giran en torno a conflictos, a pugnas, a poder, a quien ganó, estamos desarrollando conversaciones de competencia y no de colaboración”.
Entonces, si en el concepto de comunidad educativa incluimos a la escuela y a la familia, el segundo paso sería descubrir esas conversaciones que habitamos para encontrar los códigos en común que tenemos para resolver conflictos y reconocer si construimos relaciones que incluyen o excluyen la violencia.
En este contexto, es cuando debemos preguntarnos sobre qué hacer cuando el diálogo y las palabras no existen, cuando el mensaje con el que conviven los estudiantes choca con el diálogo que busca o promueve la escuela, cuando los códigos de la violencia parecen ser el camino por donde se solucionan los problemas.
En muchas ocasiones son los propios padres los que plantean ante las autoridades de las escuelas que tienen sus propias leyes y sus propias maneras de resolver los conflictos que, en algunos casos, incluye la violencia.
Es en ese punto donde como sociedad tenemos que acordar pautas generales de convivencia. ¿No es eso precisamente lo que buscamos a través de las normas y las leyes? Resolver conflictos de manera pacífica, con respeto por el otro, por la diferencia y con la certeza de que no siempre lo que quiero, necesito o deseo debe imponerse sobre los demás. Parece que todavía no estamos de acuerdo en que la violencia no es el camino.
¿Por qué se genera la violencia?
Le preguntamos a Silvina y la respuesta significa un exigente intento de simplificar un concepto muy complejo: “La violencia sucede cuando no doy lugar al deseo del otro”.
Esto significa que puede aparecer en cualquier situación cotidiana y que sólo como sociedad podemos construir una forma saludable y pacífica de resolver los conflictos.
En ese intento por ordenar nuestros problemas y su resolución, la figura de una autoridad, ¿podría ayudar a mantener el orden?. Un árbitro, un policía de tránsito, un docente, ¿son suficientes para mantener la paz?
En numerosas oportunidades, los mismos docentes son los que se sienten víctimas de la violencia y hasta se ha naturalizado que los alumnos los puedan agredir de diferentes maneras. El mayor problema: poner límites.
Lo mismo sucede en un partido de fútbol donde el árbitro no puede frenar la violencia o debe salir corriendo porque es el blanco del ataque; o un inspector es golpeado por un conductor que acaba de cometer una infracción.
La autoridad también es una construcción social y un aprendizaje.
Sólo si nos ponemos de acuerdo desde las más altas esferas de poder hasta los cimientos que construimos en las familias, vamos a poder convivir en armonía. Lo mismo que le exigimos a los políticos y a los gobernantes, deberíamos implementar en la educación y la familia: valores y proyectos a largo plazo que trascienden las generaciones y permitan a la palabra ser la vía para todo.
Si la próxima vez que nos encontremos en una situación conflictiva logramos resolverla sin enfrentamiento, sin agresión y a través de la palabra, entonces podremos exigirle a nuestros hijos una conducta similar.