Los que están en veredas antagónicas, casi irreconciliables, aparecen ahora del mismo lado. Los que comparten la misma agrupación y se muestran codo a codo en cada debate de agenda pública, están ahora divididos.
La inminente discusión parlamentaria por la despenalización del aborto abrió en la Argentina otra grieta, diferente a la que veníamos observando y que estaba dominada en la última etapa por el eje kirchnerismo-no kirchnerismo.
Como este tema abarca una serie de aristas que van desde la salud pública hasta cuestiones religiosas, los encasillamientos partidarios convencionales sirven de poco para conocer la postura de cada uno.
La primera paradoja es que una buena parte de los seguidores del kirchnerismo se definen como progresistas y militan, desde hace tiempo, por la despenalización de aborto pero su jefa, la expresidenta y actual senadora nacional Cristina Fernández no sólo está en contra sino que clausuró el debate parlamentario en sus mandatos.
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En cambio, hay muchos integrantes y votantes de Cambiemos que prefieren mantener el aborto como una práctica punible legalmente pero es el presidente Mauricio Macri el que impulsó que se habilite el debate en el Congreso.
Hay muchos que destacan esta apertura de Macri y están los que sostienen que es una cortina de humo para correr los temas económicos del centro del debate o para responder los mensajes a favor de la oposición que manda Jorge Bergoglio desde el Vaticano.
Más allá de eso, no deja de ser saludable que haya un debate profundo y desapasionado de la cuestión.
Todas las fuerzas políticas de cierta envergadura van a elegir el mismo camino: que cada legislador haga lo que le parezca: Cambiemos, el PJ, el Frente para la Victoria, el Frente Renovador.
Primera discusión que se plantea aquí: la idea de elegir parlamentarios por lista sábana es que todos los integrantes de una agrupación tendrán en el Congreso posiciones más o menos similares.
Hay quienes sostienen que la “libertad de conciencia” que propugnan desde el kirchnerismo hasta el macrismo pasando por los de la avenida del medio es una elegante manera de lavarse las manos ante un tema controversial, de los famosos “piantavotos”. Otros saludan la posibilidad que se den acuerdos transversales a las fuerzas políticas para debates de este tipo.
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Lo cierto es que por ahora, lo único que está abierto es el debate. Los números para aprobar una ley de despenalización del aborto están lejanos.
De 257 diputados, se han pronunciado hasta el momento un 60 por ciento y hay una leve y provisoria supremacía de los que están en contra.
Sobre 72 senadores, sólo se han manifestado 31 y la mayoría en contra. Pero queda casi el 60 por ciento sin pronunciarse. Esto es que desconocemos el parecer de casi la mitad de los parlamentarios.
De los representantes por Córdoba, también hay divisiones en Cambiemos y los de Unión por Córdoba están más cerca del no pero esquivándole a un pronunciamiento público. Es que el tema genera un nivel al borde del fanatismo, con posiciones muy exacerbadas y cerradas a cualquier matiz.
El ministro de Cultura de la Nación, Pablo Avelluto, reflexiona hoy en una columna en La Nación: “¿Podremos considerar que aquellos que están/estamos a favor de la despenalización no somos una banda de asesinos seriales? ¿Podremos considerar que quienes están en contra, por los motivos que sean, no son sectas medievales anacrónicas, que no son restauradores de la Inquisición en el siglo 21?”
El deseo de Avelluto parece lejano. Tan lejanos como las posibilidades de consenso en un tema tan delicado.