Las audiencias públicas son espacios institucionales para que, todas las personas, grupos e instituciones que se sientan afectadas o tengan interés en un asunto dado, puedan manifestar su conocimiento, su experiencia, sus opiniones.
Esta de más decir que constituyen una herramienta democrática, aunque no vinculante. Si bien las audiencias públicas no pueden, en sí mismas, detener algunas decisiones muy cuestionadas o incluso rechazadas en el fragor del debate, está claro que no se va a parir de la misma manera una medida, si antes pasó por el tamiz de la gente que la padece.
Una audiencia suele ser un espacio refrescante. En donde, no mucha gente, pero sí muy comprometida, dedica sus horas, sus días, su valioso tiempo, a discutir, exponer, dar vueltas para adentro y para afuera, una cuestión de debate.
Lo importante, por donde se lo mire, es la activa participación que se le da al ciudadano de una democracia de debatir, antes de que un tema de interés público tenga efectiva aplicación.
A esta altura de los acontecimientos, y con los ánimos tremendamente caldeados por la sorpresiva decisión del gobierno nacional de hacer una reparación histórica de los recursos que se agotaron con el bolsillo de la gente, aparecen, ¡las audiencias públicas!
Disfrazadas de salvadora mecánica para explicar a los contribuyentes lo que antes no se explicó, debieran haberlas usado antes que nada.
Antes que las impagables boletas de gas, antes que las invitaciones del Presidente Macri a ponerle el cuerpo al frio de remera manga corta. Antes que los especialistas explicaran el cataclismo del país a partir de tantos recursos históricamente mal administrados.
¡Antes que nada!
¡Antes que todo!
Porque así lo exige la ley, porque así lo supone la decencia tan publicitada del gobierno actual de “atarse rabiosamente a la ley”.
¡Ahí debieran haber aparecido! Para escuchar a las personas (como mi vecino que debió encender por turnos su estufa para no convertir en impagable el lujo de calentarse en este crudísimo invierno), grupos ( como los chicos del club de fútbol de mi barrio, que decidieron bañarse todos en sus casas después de cada partido, porque sino las finanzas del club colapsan) e instituciones (como los bomberos de mi pueblo, que tuvieron que reeditar las bolsas de agua caliente y los braseritos, para pasar las noches de vigilia),que se sientan afectadas o tengan “interés en el asunto”.
Mientras el Gobierno, la Justicia, los técnicos, los expertos, se devanan los sesos, viendo cómo hacer menos crudo el invierno, y menos cruel el impacto de las tarifas, nadie se acordó de preguntarle a la gente de carne y hueso, cómo se hace para que en el camino no quede el tendal.
Aranguren, prácticamente disfrazado de bombero de un incendio avivado con nafta, anunció que, ahora sí, harán las audiencias públicas explicativas.
¿Hará falta, a esta altura de los acontecimientos, explicarle al mismísimo ministro de Energía que en las audiencias de las que habla la ley, se debate la decisión a tomar?
Audiencias públicas… ¿Ahora? ¿Para explicar qué?