Fue una tragedia, pero lo peor es que al menos en materia económica y social, no hemos más que ir para atrás. Lo único rescatable, posiblemente, es que la dirigencia de entonces, con sus bemoles, pudo mantener la institucionalidad democrática, lo que no es poco.
Pero lo gravoso es que los enormes costos que asumimos todos al salir violentamente del régimen de convertibilidad, desconocido los compromisos con los acreedores y todo absolutamente todo los contratos podrían haber sido capitalizados para despegar con solidez. Hoy podríamos estar dentro del concierto de economías latinoamericanas que encabezan la recuperación económica, con clases medias en crecimiento y un sector privado pujante. Pero tenemos una inflación que supera el 50% anual, al 42% de la población sumida en la pobreza y 10 años de crecimiento cero neto en materia de empleo.
¿Qué nos pasó?
El punto de quiebre hay que buscarlo alrededor de 2008, primera presidencia de Cristina Fernández. Ahí es cuando la Argentina se pierde la oportunidad de su historia, cuando saca número para ser el último de la fila, el último orejón del tarro.Hasta ese entonces, la economía estaba más o menos ordenada. Después de una década de convertibilidad, donde nada estaba indexado (gasto público, salarios, precios) el ajuste del tipo de cambio más las retenciones y poca inercia inflacionaria le habían dado a Néstor Kirchner dos regalos de los que pocos han gozado, al menos juntos: superávit comercial y superávit fiscal.
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Sobraban dólares y hasta al Estado le sobró plata. Había 3,5 puntos del PBI en superávit comercial y 2,5 puntos en el fiscal. Pero eso duró menos de tres años: luego empezó la aventura kirchnerista. Una facción del partido gobernante se sirvió de todas las cajas posibles (Repsol, AFJP, retenciones, la soja a 650 dólares) hasta que se acabaron y cuando no hubo más, se recurrió a la emisión. Se congelaron las tarifas de los servicios públicos a todo el mundo, se duplicó la cantidad de beneficiarios de Anses y se creó la Asignación Universal por Hijo.
Entre ambos, siete millones de personas pasaron a recibir una ayuda monetaria mensual por parte del Estado. Se duplicó la cantidad de gente trabajando en el Estado y se entregó el manejo directo de la ayuda social a las organizaciones piqueteras a cambio de que apoyen al oficialismo en la calle.
Al Estado todos le empezaron a pedir más y la emisión de pesos se aceleró. Cuando los ciudadanos empezaron a repudiar su moneda sobrevino el cepo al dólar, la pobreza se ubicó en un 30% estructural y la economía dejó de crear empleos, de los buenos y de los no tan buenos. La presión fiscal pasó del 20 al 33% en 15 años.
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Vino después la piña en la frente: sin cajas, ya no se podía hacer populismo. La corrupción se convirtió en una queja ciudadana. El kirchnerismo se sirvió de la república para gestarse y mantenerse en el poder y perdió el poder en 2015. Pero la experiencia de Juntos por el Cambio no cambió la inercia decadente ni solucionó los problemas que dijo venir a solucionar.
Hoy la Argentina se consumió su capital en infraestructura, no atrae inversiones, no crece ni genera y empleo y no es capaz de darles oportunidades de trabajo a los que hoy viven, en parte, gracias a un plan social.