Cuando el piloto de Aerolíneas Argentinas dijo para todos los pasajeros “en este momento estamos cruzando el estrecho de Magallanes”, se me cayó una lágrima. Quizás fueron dos. Es que de un lado de ese estrecho estaba el continente, es decir, la provincia de Santa Cruz y Río Gallegos, la ciudad donde viví desde mi primer año de vida hasta los 18; y del otro lado estaba Tierra del Fuego, con su bella Ushuaia más abajo.
Esa ciudad, yo la llamaba “el patio (lindo) de atrás de mi casa” porque cuando uno quería ver paisaje, recorrer lagos y montañas en 45 minutos en avión estaba en la ciudad más austral del mundo y una de las más lindas de la Argentina.
Pero un detalle de mis escapadas a Ushuaia: no la conocía con nieve. Dicen que Ushuaia es linda en las cuatro estaciones y ahora sí puedo ratificarlo. Apenas salimos de Ushuaia hacia el centro invernal del Cerro Castor el paisaje comienza a convertirse en un gran manto blanco.
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Nieve por donde mires. En un momento del camino (ruta 3 en dirección norte) Martín Bianchi, jefe del Departamento de Eventos e Incentivos del Instituto Fueguino de Turismo de la provincia nos cuenta que a la vera de esta ruta se filmaron los últimos minutos de la película “El Renacido” protagonizada por Leonardo Di Caprio y dirigida por Alejandro González Iñárritu. El film se rodó en su mayoría en Canadá, pero como la obsesión del cineasta era filmar con luz natural fue un rodaje muy extenso y la nieve del hemisferio norte se estaba derritiendo. Pero la de Ushuaia estaba mejor que nunca y así fue que el paisaje de Tierra del Fuego se vio en la pantalla grande y el Hotel Spa Arakur alojó por unos días a las estrellas Hollywood.
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Siguiendo por esa ruta, una de las paradas que más me impactó, camino al Cerro Castor, fue el Valle de Tierra Mayor: un complejo de actividades y restaurante donde me animé por primera vez en conducir moto de nieve. Mientras los turistas sacaban fotos arriba de la moto y el camarógrafo grababa videos para las redes y el canal, me detengo en el frenesí de la marcha. Hago una pausa. Respiro y contemplo el paisaje. La inmensidad blanca conmueve. La naturaleza te cachetea, se presenta salvaje, intensa. Y todavía faltaba subir a la montaña.
La “experiencia esquí”, después de 20 años sin practicar ese deporte, fue además de entretenida, “alentadora”. “La actitud multiplica”, repetía el profe Pedro Vergara y creo que fue eso. En una hora mi cuerpo recordó de qué se trataba andar con esquíes.
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El Cerro Castor es el centro invernal más austral del mundo y el que tiene la temporada de esquí más extensa. Son 34 pistas en una montaña que tiene 900 metros de altura. Se inauguró en 1999 y 20 años después estábamos ahí, celebrando ese vigésimo aniversario y su tradicional bajada de antorchas. Sesenta esquiadores profesionales e instructores se deslizaban por la montaña con antorchas hasta la base del cerro. Cinco mil personas aplaudían y veían maravilladas el espectáculo. Emoción por partida doble.
Así las cosas, al cuarto día de estar en esa ciudad saqué la conclusión que es imposible aburrirse en esta tierra que está entre el mar y la montaña. Caminata con raquetas, trekking, probar la centolla, comer cordero fueguino y por supuesto es imperdible subirse al catamarán y navegar durante dos horas por el canal Beagle hacia la isla de los cormoranes y lobos marino y más allá el faro “Les Éclaireurs”. Postales únicas. Inconfundibles.
Me imaginaba, en ese navegar, que me cruzaba por esas aguas a los expedicioncitas y aventureros de la época. Pensaba en esa valentía de adentrarse en el océano y emprender la marcha hacia fin del mundo. Qué ironía que cuando era una niña lo llamara “el patio (lindo) de atrás de mi casa”.
Lindo, en las cuatro estaciones.
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