“Tenemos sed”, dice Héctor Ramirez, un productor del paraje El Zapallar a unos 10 kilómetros del pueblo. Tuvo que llevar a casi todos sus animales a un lugar donde le garantizan agua y alimento para la manada.
María Rojas debe trasladar en una carretilla agua dulce para mezclar con la que sacan de los pozos casi secos de la zona. “Lo mezclamos porque sino los animales se nos mueren”. Vive en el paraje La envidia junto a su esposo.
German hace pozos en forma sistemática en su represa vacía. Puede conseguir agua pero solo le dura tres o cuatro días. “Después se pone amarga, no sirve mas”, asegura. Para este pequeño productor, la inversión que hizo la está perdiendo completa.
Sin embargo, el problema del agua lo sufren más personas en el pueblo. Son unos 500 habitantes que deben lidiar para hacerse del vital elemento. Camiones suelen hacer el transporte para abastecer a la comunidad.
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Valeria Cisneros nos muestra un tanque de agua que sobresale en el centro del poblado y dice “Agua para todos”. La joven dice: “Nos viven prometiendo y no cumplen lo que dicen, queremos tener simplemente agua, es un derecho de todos”.
Las promesas incumplidas son un denominador común para muchos. “No tenemos suerte”, dice Héctor mientras mira su represa vacía. Algunos aseguran que la mejor solución es hacer un acueducto -ubicado 45 kilómetros antes de llegar al pueblo- que los una al Río Dulce, que está a 30 kilómetros.
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Intentamos encontrar una respuesta oficial en su jefa comunal Aurora Peralta, sin embargo cuando nos cruzamos con su camioneta, la persona que conducía nos dijo “ustedes lo que buscan es put...”, y se fue.
La respuesta quedó flotando en el aire seco de La Rinconada. En el medio de tanta abundancia de sequía.