Entrar a la cárcel, para un persona libre, es una intimidante experiencia. Los sonidos, los olores, las chicharras de las rejas que se abren y se cierran a nuestras espaldas. Los silencios. Entramos tres personas sin celulares, sin relojes, solo con tres cámaras y un micrófono al patio del módulo de mayor complejidad de la cárcel de Bouwer.
En el patio, 62 presos multireincidentes se abrazan en una ronda con cuatro entrenadores de rugby. Empezaba a llover y las zapatillas se enterraban en el barro. Parecía que se embarraban para después salir limpios.
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Hace muchos años, Eduardo “Coco” Oderigo, hombre de rugby y de carrera penal, le propuso al director de una cárcel bonaerense incorporar entrenamientos en los patios del penal. La respuesta fue obvia: "Estás loco, meter un deporte de contacto en un penal, se van a matar entre todos". La experiencia resultó. En el juego canalizaron la violencia, aprendieron a respetar la autoridad del capitán, del árbitro, del adversario, y así, a los propios compañeros. Se encontraron en el mismo equipo. Así nacieron Los Espartanos.
En Córdoba, la experiencia viene por gente que ya trabajaba en Bouwer desde hace años con la pastoral católica en la cárcel. Ahí estaban los hombres de las camisetas amarillas con el escudo del Ruaj, el Soplo de Dios. Cumplen con el estándar típico que satura las cárceles argentinas: delincuentes reincidentes que ya pasaron toda la carrera delictiva posible, institutos de menores, delitos graves después de los 18 años y varios pasos por distintas cárceles. De ese historial nadie se salva en el MX2 de Bouwer.
Y ahí estaban dispuestos a entrenar por tres horas. Tres horas de libertad en un patio enrejado bajo la tormenta. El director del módulo nos cuenta que los cambios en la conducta de los presos que juegan al rugby son notables. Con los compañeros y con los celadores.
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Marcelo Ruiz, entrenador del Ruaj, cuenta que no juega el que quiere, sino el que puede. Deben cumplir requisitos de conducta y compromiso con otras actividades que ofrece el penal. Algunos estudian y trabajan dentro de la cárcel y ese crecimiento está logrando cambios. Cambios que se notan en números.
En Argentina el nivel de reincidencia promedia el 70 por ciento. En un año, un preso que recupera la libertad vuelve a prisión por un delito igual o peor al que ya cometió. Con rugby en 21 provincias (en Córdoba está en los cuatro penales), el proyecto Espartanos logró bajar la tasa de reincidencia a menos del 5 por ciento.
El secreto está en la camiseta puesta. En el trabajo que les espera al salir por empresas que se animan a apostar por hombres que jugaron al rugby en la cárcel. Pero para eso, antes, hay que salir de la cárcel. La segunda parte del juego Espartano.