El eslogan “sueño saludable, envejecimiento saludable”, pone el énfasis en la importancia de un sueño saludable a cualquier edad, pero remarcando el impacto de este fenómeno fisiológico cuando nos hacemos mayores.
Dormir bien forma parte de los pilares para una buena salud. Los otros tres puntos fundamentales serían: comer bien, hacer actividad física y evitar hábitos insanos.
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“Al igual que en la consulta se pregunta sobre los hábitos tóxicos, lo que el paciente come o sobre su actividad, también tendrían que preguntarle cómo duerme”, explica Milagros Merino, especialista en Neurofisiología Clínica y miembro del comité científico de la Sociedad Española del Sueño. Y explica que a través del sueño se consolida la memoria y el aprendizaje.
Cuando dormir mal se vuelve un hábito, nuestra calidad de vida y por ende, nuestra salud se resienten. No dormir bien favorece a largo plazo la aparición de ansiedad y depresión, incrementa el riesgo de sufrir síndrome metabólico, con ganancia de peso, hipertensión arterial, elevación de colesterol y de glucemia, de padecer eventos vasculares, como infartos de miocardio o cerebrales, de mortalidad precoz e, incluso, de desarrollar enfermedades neurodegenerativas como el Alzhéimer.
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Cuánto dormir a cada edad
Como el sueño va cambiando a lo largo de la vida, en cantidad y calidad. En los mayores, la continuidad y la cantidad de sueño profundo es más escasa que en anteriores etapas de la vida. Por eso vale la pena recordar qué se recomienda en cada etapa:
- 14 a 17 horas los recién nacidos;
- 10 a 13 horas, los niños entre los tres y cinco años;
- 9 a 11 horas, entre los seis y los 13;
- 8 a 10 horas en la adolescencia;
- 7 a 9 horas, los adultos;
- 6 y 8 horas, después de los 65.
Más allá de las tablas del sueño, los especialistas insisten en que lo que determina si una persona duerme suficientemente es si existe sensación de cansancio físico y mental durante el día, si está irritable o tiene dificultades para concentrarse y mantener la atención o razonar con fluidez.