Entre Oliva y Pampayasta hay 16 curvas y un millón de galaxias. Ese es el universo de Nuria. Lo de más acá y lo de más allá. 40 kilómetros la separan de la escuela y a su curiosidad inquieta no frena ni el barro de los caminos, ni el frío de las heladas.
Cuenta la leyenda familiar que en quinto grado había preparado una maqueta de los pueblos originarios, salieron en la chata en medio del barro y a mitad de camino se toparon con un árbol caído que dejó la tormenta. La porfiada de Nuria Plebani pataleó hasta que volvieron por una motosierra y su papá le abrió el camino.
A veces, Nuria deja de mirar las estrellas y le busca la vuelta a los asuntos mundanos de sus congéneres humanos. La mamá le contaba cuentos de niña hasta que se dormía en sueños de colores; de ahí le agarró el gusto a los libros y la fantasía.
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Vive en medio del campo y tiene el patio con el cielo más infinito. Cree tanto en Harry Potter como en Andrómeda y los cuasares. Dice frases como "la química me parece mucho más tangible ante la inconmensurabilidad de la astrofísica" y después te recomienda un tema de Billie Eilish y se acomoda los lentes con una sonrisa enorme.
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Eso. Su sonrisa es el primer cuerpo celeste que conocí del universo de Nuria. Es un sol que se refleja en la sonrisa de sus compañeros del colegio Colegio Sagrado Corazón de Oliva. "¿Vienen a hacerle una nota a la genia de Nuria porque se va a las olimpiadas de Astronomia en México?", nos preguntaron en el pasillo unos chicos. Les devolvimos la sonrisa como respuesta y dijeron "no da más de genia, ah reeeee".
Y al ver al universo detrás de sus lentes, el mundo parece más lindo en el futuro.
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