En la lucha contra el fuego, yo conocía miles de historias de los contrafuegos. Son como leyendas de cazadores, donde los que saben deciden una jugada letal para el fuego, pero que también puede ser una trampa. Es una decisión rápida y quirúrgica en un momento de altísima tensión. Es matar el fuego con fuego, o morir en el intento. Esta vez nos tocó verlo a dos metros de distancia.
Nos cruzamos con una autobomba parada frente a una estancia. Decidimos quedarnos con ellos porque el humo intenso marcaba que el fuego aún no estaba al alcance de la cámara. Ahí les cebamos unos mates y nos contaron que habían salido la noche anterior para pelear con las llamas arriba de la Cumbre.
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Que estaban agotados y que a la mañana se salvaron de no quedar atrapados en una revuelta de viento que casi los encierra en las llamas. Y ahí estaban. Esperando que el fuego baje hasta un punto donde el golpe sea certero.
Entraron a la estancia y se perdieron en un camino de pinares. Nosotros decidimos dar vuelta al campo por un camino y nos topamos con ellos del otro lado del casco de la estancia. Nos pasaron varias motos con lugareños con chicotes y bidones de agua. Unos pocos llevaban mochilas con aplicadores.
Algunas camionetas y un tractor tirando una cisterna se sumaban al desorden voluntarioso y desesperado. De pronto, la corona de fuego se asomó por el cerro a unos 40 metros de distancia. Un monte bajo que hace 16 años no se quema empezó a bramar con furia con las llamas.
Los gritos y corridas de la gente del lugar trato de hacerle frente. Juntaban agua de un arroyo y alguien aventuró que era una locura trepar para pelearlo cuerpo a cuerpo. Eran muchos pero el fuego era más.
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Y ahí florearon los bomberos ese oficio que dominan. Colocaron el autobomba cerca del arroyo. Ordenaron el caos voluntarioso y encendieron fuego. Sí. Una pequeña llama en segundos ganó más de 20 metros de lengua. Y el fuego empezó a trepar. La gente y los bomberos empezaron a mojar acá para que se siga quemando allá.
Y así, el contrafuego en un instante clave de viento, logró que las llamas del fuego no se vuelvan y logren alcanzar la cortina que empezaba a bajar con furia descontrolada.
Si no lo hacían, el arroyo y el camino no iban a parar el incendio que iba directo a los pinares de la estancia y después al Camino de los Artesanos lleno de viviendas.
Alguien me preguntó por las redes si el contrafuego funcionó. Sí. Y por eso estamos para contarlo.